viernes, 4 de enero de 2008

Sonestamente II

Latido de las piedras testarudas,
romance de la arena y las mareas,
sabor del fuego honesto de las teas,
secreto de los versos de Neruda,

espectro en toda piel que me saluda,
sosiego de mi bestia que sestea,
silbido de las cosas que planean,
sonrisa de las noches y las dudas,

recuerdo de veranos y de truenos,
verano de relámpagos y flores,
relámpago de flores y recuerdos,

fantasma que me asalta en los senderos,
penumbra descubierta de colores...

Es tu amor, persiguiéndome en el tiempo.

martes, 28 de agosto de 2007

Primer plazo de la devolución del préstamo

Temprano comienza a hervir el arroz
de las pensiones de la calle Luna.
Madrid, plátano frito,
aquel año
una mujer y yo
paseamos por Argüelles
buscando la casa de las flores,
la casa de Neruda.

No había flores ya.
No había Neruda.
Pero eras una ninfa,
pero encontramos a Umbral
en el Parque del Oeste
firmando árboles.

Nos disfrazamos de fascistas
para engañar a los pájaros.
Defendimos Madrid en Cuchilleros,
por si pasaban (que pasaron),
vimos teatro
y Haro Tecglen nos bendijo,
todo muy laico, desde luego.

Qué impostura,
qué paseos en pijama
mientras Alberti moría en la primera de ABC.

Qué africana la Casa de Campo
cuando fumábamos negro
mientras alguien enterraba a alguien.
Qué versallesco el Retiro
donde los borrachos
decían haber sido mineros en Asturias.

¿Cuántas columnas guardamos,
manchando de tinta la ginebra,
aginebrando la prosa?

Qué cadáver exquisito,
mortal y rosa,
de pelo y bufanda blanca,
qué trilogía de sí
mismo
en Madrid.

Arde Grecia,
muere Umbral,

¿qué bailan los electrones?

jueves, 2 de agosto de 2007

Tocata y fuga

Lo suyo sería
que tú y yo huyéramos
(la familia, bien, gracias)
a un país
sin informativos.

Lo suyo sería
una parcela ovalada
en Saturno,
en un anillo,
donde yo contribuyera con más anillos
para el planeta:
anillos de humo;
una choza con piscina
y un perro al que alimentar
(aunque prefiero los gatos, ya sabes,
se lavan solos y con la lengua).

Lo suyo sería
no dejar rastro.
Sentarnos a orillas del Sena
a hablar de lo de los griegos,
tú con boina,
yo con vino,
Picasso con plastidecor.

Lo suyo habría sido
eso, aquello, lo nuestro.

miércoles, 11 de julio de 2007

Los peligrosos, los de fuera

Últimamente he visitado en dos ocasiones el cementerio de Puente Genil. Cuando uno comienza a ir a los cementerios sin ningún rubor especial, entonces es que la vida ya se ha convertido en el infierno que cabía esperar. Es lo adulto. Qué miedo o reparo pueden dar unas tumbas, unos muertos. Los vivos son los peligrosos.
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El lugar tiene su estética, sí. Nichos en la pared, fundamentalmente, exceptuando apenas tres panteones de ricos muy pobres (o pobres que aparentaban ser ricos). Y calles con nombres religiosos. Calle de San Juan, calle de San Pedro...
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Antes, el cementerio de Puente Genil se dividía en dos patios. El más antiguo de ellos tenía las tumbas en el suelo, con el muerto bajo tierra, como mandan los refranes. Pero se ve que el espacio se quedó pequeño y, ante la demanda de nuevos ocupantes, el patio antiguo ha sido remodelado de tal modo que todo el cementerio es ya una urbanización de nichos, tumbas y muertos ordenados por plantas y calles. Resulta muy civilizado y racional.
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También a las galas de la muerte llegan los vaivenes de las modas. Las más de las lápidas antiguas (desde principios de siglo hasta los sesenta) están hechas con una mano de pintura, unos angelotes pintados y poco más. Son las capillas sixtinas de la podredumbre corporal, porque algunos colores, algunos azules concretamente, chirrían en la pared. La muerte se encala, la muerte se viste de azul y se pone al sol, como los lagartos, a calentarse durante la siesta de los años. No hay lápidas de rojos republicanos. Me cuentan que aquellos epitafios rojazos han sido eliminados y no precisamente por el solecillo este del que hablamos. Eliminar el epitafio de un tío es algo que habría que estudiar.
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Luego vienen las lápidas democráticas, las que van desde mediados del setenta hasta mediados de los noventa. Mármol blanco, altorrelieves, pulcros cristos. Gusta fumar ante éstas. El blanco del humo y el blanco de la lápida. Parece que el muerto y yo fumamos a la vez, compartiendo un pitillo postrero. Es bonito.
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Y la última moda. El mármol negro. Resulta más elegante, más siglo XXI. Parece que hubo más pecado y más vida en esas muertes. Son fallecimientos de smoking, negro profundo como profundos y negros deben de ser los ojos de la dama de la guadaña.
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Hay caracoles en los cementerios. Y hay cipreses, porque las raíces de estos árboles ahuyentan a las ratas y esto resulta práctico allí donde reposan los restos de seres difuntos.
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Deambulo por el cementerio de Puente Genil y tengo la sensación que supongo que embarga a los novios que acuden a la obra donde están construyendo su futuro piso. Ahí irá la cocina, ahí el baño, ahí la sala de estar... Yo miro la parte en construcción del Huerto del Señor (este sinónimo es delirante) e imagino qué lugar me tocará. Es mejor mirar nichos que mirar los precios de la vivienda. Los peligrosos son los vivos, los que aún se mueven.

jueves, 28 de junio de 2007

Unos versos del camino

Yo, que ando
de estación en estación
buscando el tiempo perdido,
acompañando a tu olvido
y cambiando de vagón.

Con un billete de ida
sin vuelta por pantalón;
por maleta, Maldoror,
y por destino, la huida.

Yo, que espero
fumando en las estaciones
a que salgan otros trenes.
Yo, que bebo en los andenes,
que me duermo en los rincones,

que hago transbordo en el bar,
que me ducho en el camino,
que camino en el olvido,
que me olvido de olvidar.

Yo, que he aceptado el destierro
de no aceptarte tal cual,
de no aceptarme jamás
y de no quererte en serio.

Yo, que ando
en locomotoras negras
que fuman lo que yo fumo
sobre raíles de humo
y estaciones de ginebra.

Yo, que nací
en el tren de la impaciencia,
ya no recuerdo tu ausencia
ni concibo la abstinencia
de ti.

miércoles, 27 de junio de 2007

Nada

¿Cómo crees que debería acabar este relato? Yo aún no lo sé. Se admiten propuestas.
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No vio nada cuando abrió la puerta de su piso y se asomó al pasillo. No quiero decir que no viera la jardinera ni el felpudo que habitualmente había al salir del Cuarto C. Quiero decir que no vio nada. Ni ascensor, ni baldosas, ni techos, ni paredes. Porque no había nada. Y eso es lo que vio: una nada blanquecina que se extendía más allá de los límites de la puerta de su casa. Aturdido, extendió la mano como el que la extiende para notar las gotas de lluvia y cerciorarse de que está lloviendo. La nada era fría. Mala. Eso es algo que él sintió al primer contacto, de modo que dio un portazo y se quedó paralizado, quizá pensando que lo que acababa de ver no era verdad.

Después de respirar hondo durante unos instantes, se apostó en la puerta y aplicó el ojo a la mirilla, con la esperanza de verlo todo como habitualmente lo veía, cuando espiaba para ver pasar a la vecina de al lado. Pero la lente no le ofreció ese mundo oblicuo al que estaba acostumbrado. Lo que vio fue lo mismo que antes. La nada.

Así es como deben ver los ciegos, pensó. Y se retiró un par de pasos de la puerta, con las manos poseídas por un temblor e interpuestas entre la entrada y él. Y entonces, más asustado aún, comprobó que la neblina se estaba introduciendo a través de la rendija que quedaba entre la puerta y el suelo. Como un vapor, lenta pero eficaz, se introducía en su propia casa la Nada. Sí, será mejor empezar a nombrarla con mayúsculas, porque mayúsculo era el temblor que se instaló en el cuerpo al ver que en su propio hogar se colaba impunemente lo que al parecer ya se había hecho dueño del bloque. En un primer arrebato, arrojó el maletín del trabajo contra el suelo. ¿Sería esto capaz de detenerla? No, era evidente, y al ver que no, que en efecto la Nada se introducía de forma cada vez más copiosa, se dio la vuelta, tomó un abrigo del perchero y lo colocó a modo de precinto en la base de la puerta. Sus jadeos se confundieron con un silbido, el de la Nada, que se coló entre los pliegues del abrigo y siguió conquistando su piso.

Perdió toda esperanza de detenerla. La Nada conquistándolo todo.
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¿CONTINUARÁ?

viernes, 22 de junio de 2007

Llamémosle amor (de Material de oficina)

Duermes,
y dormida te muestras tan absolutamente lejana
que asisto a tu dormir y me planteo:
cuando despiertes, supongo que lo harás
plácida y sin motivo,
¿creerás despertar o acaso tendrás consciencia
de que provienes de no sé qué país etéreo
para llegar a este sueño,
este dormir,
este duermevela
que es lo nuestro,

llamémosle amor?

XXI de El canto del chamarín enverdinado

Mis banderas ondean sobre vuestros trapos.
El viento libre,
camino a cualquier lugar,
buscando cualquier ribera,
sopla, y con él las nubes.
Son banderas
pasando sobre vuestras banderas.

Poema XIII de Resistencia en la Puente

Cuando habléis con un parado
no digáis necedades,
como el resto de la gente.
Jamás deis una falsa esperanza:
si le decís: “el martes a las ocho puede haber un trabajo para ti”,
procurad que sea verdad.
No disertéis acerca de la justicia social,
de la filosofía,
del mercado,
de la inmigración,
de las leyes.
No le preguntéis qué harás mañana,
qué hiciste este fin de semana,
dónde veranearás,
qué piensas.
Pensándolo bien,
lo mejor es que dejéis al parado en paz,
a él no le interesa nada
de lo que os interesa
a vosotros.
Le importa una mierda todo.
Sobrevivir,
sólo eso,
y encontrar una mentira más
que lo sostenga
para no saltar
desde un quinto piso
al vacío.

martes, 19 de junio de 2007

El club de los poetas muertos (De Cine, cine, cine)

Jurel,
juré jugar con las palabras
para sacarles su jugo
a modo de juego
y entregártelas
para tu regocijo.
Fíjate, laureado jurel,
tú y tus nomenclaturas distintas
en distintos lugares,
a lo que me arriesgo
por tu carcajada
de pez,
por tu gesto
de jurel enjabonado
con sal.
Mis jotas son
para tus jubones
de escamas.
Mis odas juguetonas,
para tus zambullidos
rajados de escarcha.
Me arriesgo,
jurel gitano,
jurel jurado,
a ser jirafa
expuesta
en la jaula de la ciudad.
Y me arriesgo
jovial
a entrar en el club
de los poetas muertos
y jacarandosos.
Jurel,
no juegues más
con mis ojos de jurel
y déjame, pez,
escribir en paz
a los ojos de esa mujer
que me tiene entre sus rejas.
Déjame escribir, jurel,
llévate esta oda
a tus hondas
jurisdicciones del mar
mientras yo hago jirones
con mis renglones
entre la jauría de uñas
de esa mujer.

jueves, 14 de junio de 2007

Espalda de doble filo

Denuncié por malos tratos
al destino
por prometer lo terreno
y lo divino
y, en vez de un pasaje al cielo,
haberte traído a ti.

Pensé que era tu brisa
un abrigo para mí.
Qué desatino,
querer beber de tu risa
y descubrir
que en tu ventisca de vino
está mal visto reír.

En tu Edén
nunca me salen las cuentas,
las manzanas no alimentan,
y no hay forma de salir.
En tu piel
los meses tienen dos cuestas,
no vienen días de fiesta,
no aparece impreso abril.

Labios de cicuta griega,
tus muslos me dan portazo,
tus abrazos son zarpazos
soltando palos de ciega.
Cara o cruz, tus manos juegan
con mi espíritu en vilo.
Tu espalda de doble filo
cada amanecer me niega
tres veces; y sólo a veces
te dignas, Venus de Milo,
a concederme una tregua.

Me planto bajo tus rejas
y, en vez de trenzas,
me lanzas rocío crudo.
Acudo hasta tu mesa,
y el primer plato es mi lengua
de juglar mudo.

En tu hotel
sólo hay pasillos desiertos,
los balcones están muertos,
los botones van de luto.
En tu piel
hay leyes de extranjería;
tu amor es un policía
patrullando entre difuntos.

Labios de cicuta griega,
tus muslos me dan portazo,
tus abrazos son zarpazos
soltando palos de ciega.
Cara o cruz, tus manos juegan
con mi espíritu en vilo.
Tu espalda de doble filo
cada amanecer me niega
tres veces; y sólo a veces
te dignas, Venus de Milo,
a concerderme una tregua.

Para huir de ti hace falta
no conocerte ni en cartas
y botas de siete leguas.

Orfebrería

Flor sin prisa por crecer,
risueña brisa, mujer
dormitando en la repisa,
pastel, hoja de té, torre de Pisa
que se mira en un espejo cordobés.

Collar de tiza, mezquita
orientada a la niñez,
bruja, clavel, sacerdotisa
oficiando en la misa,
bendiciendo sobre una cruz de miel.

Judía y mora a la vez, fiel otomana,
gentil cristiana que predica entre cafés.
Ninfa pagana de la inocencia,
herencia que nos vino del Magreb.

Poema que rima al revés,
dilema que no quiero resolver,
gata esquiva que desfila en las cornisas,
enigma, luz de motel, vampira
que afila dos colmillos de papel.

Corsaria en bata, pirata
que aborda el amanecer,
escama de pez, poetisa,
usurpándome la lira
vas firmando con mi tinta en la pared.

Naufragio para Simbad, marea sin olas,
sirena mora que está aprendiendo a cantar.
Has conseguido robar, ay, en qué hora,
venus ladrona, el amor de Alí Babá.

Enseña tus alas, Campanilla.
Muestra las mil y un maravillas
que el desierto te ha calzado en los pies.
Mi luz de Aladino brilla
si la maquillas
con el humo incierto de tu piel

que el desierto te ha calzado en los pies
con el humo incierto de tu piel...

miércoles, 13 de junio de 2007

Añoranza XX

Los bares inundados de humo y olor
conmigo dentro.
Marineros que se aferran a la barra
entre los himnos triunfales de las máquinas,
pases de modelos de barrio en el exterior,
proyectos de fuga con las camareras,
dianas sin centro, billares en el medio
(entre la silla en la que me siento
y la mesa en la que no estás),
música de fondo,
vasos como dedos de la noche,
pizarras con los precios blancos,
mares de horas perdidas,
paredes que se descuelgan gritando tu nombre,
el mismo que yo pronuncio
como alma de bar,
como calderilla cayendo en catarata,
como pierdo al billar.

miércoles, 6 de junio de 2007

Restricciones de agua durante la Eurocopa de Portugal

Andrés se cayó en el pozo del jardín. Se cayó en la alberca. Serían alrededor de las nueve y media cuando decidió levantarse para poner en marcha el funcionamiento de los periquitos que regaban el césped. El partido de España contra Portugal, de la Eurocopa, se hallaba en el descanso. España 0 – Portugal 0. Un resultado que clasificaba a España para los cuartos de final. Pero Andrés no lo veía claro. La selección había sido dominada por los lusos, que durante la primera media hora controlaron el campo como quisieron, tocaron por las bandas, presionaron hasta hacer imposible la salida de los españoles y, de haber tenido un delantero centro de los clásicos, habrían enchufado dos o tres goles a los pupilos de Iñaki Sáez. El final del primer tiempo les vino bien a todos. Los portugueses habían cejado algo en su empeño de controlar el balón, quizá por el cansancio; España aclararía sus ideas; Andrés pondría en marcha los periquitos y abriría una cerveza para calmar los nervios.
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Pero Andrés no tuvo en cuenta que hacía pocos días que roció con cloro los bordes de la alberca, a indicación de un amigo, que le prometió que eso dejaría las baldosas blancas, impolutas. Llevaba razón el consejero, pero otros efectos aparte del blanqueo de la piedra tendrían lugar. A saber, el más importante: lo escurridizo que quedaría el suelo. Andrés, descalzo y despreocupado, con la mente inundada de imágenes de Figo y de Cristiano Ronaldo perforando las bandas de España, dio un traspié junto a la alberca, cayó en el agujero y se sumergió en los cuatro metros cúbicos de capacidad que contenía el pozo. El agua estaba fría, allí se mantenía ajena a la ola de calor y a la sequía. Restricciones en el suministro: el depósito lleno sólo hasta la mitad. Andalucía, Córdoba, un pueblo de la campiña... Quizá fueron demasiados factores. ¿Habría ocurrido lo mismo de haber estado en Asturias? ¿Habríamos tenido ocasión de escribir este relato sin la preocupación de Andrés por el partido de España? Estas dudas no deben atormentarnos, es fácil hacer conjeturas... Las cosas ocurren como ocurren y no hay quien las enmiende. No había manera de salir de la alberca a no ser que ésta se llenara cuando el Ayuntamiento levantara la restricción.
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Andrés escuchaba el televisor. Hagámonos cuenta de la situación espacial. El sótano de la casa con el sofá frente al aparato de televisión, todo el volumen, las puertas abiertas y, a unos cinco metros, la alberca, debajo de las escaleras que subían a la planta de arriba, a la parte delantera de la casa. Andrés intentó varias cosas, pero la más eficaz resultó la de impulsarse desde el fondo del depósito saltar e intentar asirse a la apertura por la que había caído. Era inútil, demasiado alto. Intentó relajarse, flotar, esperar...
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Entonces llegaron dos sonidos esperanzadores. El primero, un pitido, el del árbitro, que indicaba el comienzo de la segunda parte del partido. El segundo, un rechinar de cañerías: acababa la restricción, el agua regresaba a la alberca. Andrés realizó algunos cálculos: metros cúbicos, decímetros cúbicos, cuántos litros salían por la cañería... Calculó que en unos quince o veinte minutos el líquido se habría elevado lo suficiente como para permitirle asirse al borde de la trampilla. Mientras tanto, al menos, podría escuchar el partido.
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Parecía, a tenor de lo oído, que España no lo pasaba tan mal como en la primera parte. Grecia perdía contra Rusia por dos goles a uno. Pero Andrés había vivido muchos campeonatos de España. Sabía que, si existía alguna probabilidad de caer eliminada, la selección española la mantendría viva hasta el último minuto. Andrés confiaba en Casillas, muy poco en el estado físico de Raúl y nada en la capacidad de organización del técnico español. ¿Por qué no sacaba a Valerón? ¿Dónde estaban los medios que trataban bien el balón? ¿No podía salir Xavi? ¿Qué estaba haciendo Xavi Alonso? Qué desesperación, casi media hora aún...
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Pero los minutos pasaron, el agua entró inexorable en la alberca, el tiempo jugaba a favor de España. Andrés, fatigado por la permanencia en el depósito, asido en la medida de lo posible en el agujero por el que se nutría el pilón, calculó que podría acceder a la compuerta.
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Lo intentó dos veces. La primera vez no llegó a agarrarse del todo. Se escurrió, maldito cloro, qué efectividad la suya con las baldosas... La segunda vez sí se encaramó. Respiró para afianzar su victoria. Se impulsó de nuevo y sacó el tórax. Un poco más, sólo le faltaba reptar, reequilibrarse y alzar una de las piernas para salir del todo. Y Andrés sonrió entre sudores: desde allí veía la televisión, al fondo del sótano.
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Suspiró, se fijó en la imagen, el corazón se le aceleró aún más que en el momento en el que había caído en la alberca...
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-Atención a ese balón que ronda el área española... El delantero portugués se para, se da la vuelta, sortea a los defensores españoles...
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¡Maldita sea, que no tirara ese tío! ¡Nuno Gómez tenía un buen tiro de media distancia!
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-¡Cruza el balón y... ggggooooooooool de Portugal, gol de Nuno Gómez!
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Andrés había logrado alzarse, sin ser consciente de sus actos, siguiendo cada milímetro que recorría el Roteiro, el balón de la Eurocopa, camino a la puerta de Casillas. Lo último que gritó fue un rotundo ¡NO! Andrés saltó de rabia, sin dejar de mirar a la pantalla del televisor, quizá con la esperanza última de que el ábitro hubiera pitado algo... Pero no había nada que pitar. Había sido gol. Andrés saltó, insistimos, gritando horrorizado, reconociendo la sensación de otros campeonatos. Corea en el 2002, Francia en el 2000, Nigeria en el 98, Inglaterra en el 96... Fue mala suerte, el defensa quizá hubiera podido taponar el tiro, el centrocampista, ¿Xavi Alonso?, pudo haber impedido que Nuno Gómez se diera la vuelta, Andrés podría no haber echado cloro... Pero las cosas son como son y nadie las enmienda. España perdió el partido, quedó eliminada, Andrés volvió a caer, ahora sin fuerzas, golpeándose en la cabeza contra la trampilla del depósito, quedando sin conocimiento, derrumbándose otra vez en el interior de una pila de cuatro metros cúbicos de agua, que ahora llegaban a la boya que indicaba el máximo de su capacidad. Ningún aficionado español vería a España en cuartos. Andrés no vería ningún partido más. Y allí quedó al fondo de la alberca, sin haberse dado cuenta de su tragicómico final, desilusionado, en todo caso, como el resto de la afición española.

viernes, 1 de junio de 2007

Poema VI de Resistencia en la Puente

Conocedor de mis plazos,
me incorporo lento al día; con la cautela
propia del animal asustado,
que sabe que fuera
de la cueva espera
un mundo hostil.
Cada salida a la calle
es una incursión
en terreno peligroso:
toda esa gente odiando a la vez.

Espejo

Yo sólo tengo que ser ese vivo que, sabiendo cosas corrientes y normales, supere incluso horribles años y tediosas temporadas, soportando mejor lo conocido ya, que puede regresar súbitamente. Y entonces tendré oportunidades que sabré serán fugaces estrellas, porque el pasado será como será, así, imagen reflejada como el amor. Él, ese espejo, él, sé que lo amo,

ese ESPEJO, ése.

Amo lo que sé, el espejo ese. El amor, él, como reflejada imagen. Así será, como será pasado el porqué. Estrellas fugaces serán. Sabré qué oportunidades tendré entonces y súbitamente regresar. Puede que, ya conocido lo mejor, soportando temporadas tediosas y años horribles, incluso supere normales y corrientes cosas, sabiendo que vivo ese ser que tengo sólo yo.

jueves, 31 de mayo de 2007

El pícaro Andresillo

EL PÍCARO ANDRESILLO
Historia de una lucha sin tregua


Carta al posible editor de esta historia, que yo cuento porque me han contado:

A ver si le gusta a usted.
Vale.

* * *

CAPÍTULO 1

Que cuenta cómo el pícaro Andresillo nació en el molino de la Encrucijada, y que narra sus primeros años de infancia y la pésima educación fundamental que le fue dada por sus progenitores, Lucio el Tuerto y Marinda la Alegre, así como la forma en que a la temprana edad de cinco años fue vendido a unos gitanos feriantes que pasaban por el molino y que se lo llevaron a residir en los caminos, con un estilo de vida nómada y descuidado, y así hasta los diez años.

Varón, es varón.


CAPÍTULO 2

Donde se podrá leer la ingeniosa forma en que Andresillo escapó de la compañía de los feriantes, una vez que hubo aprendido todas sus artes en la picaresca y en el trato con los demás, amén de otras muchas anécdotas graciosas y de gran deleite para el espíritu ocioso que busca distraemento en estas páginas.
.
Tres maravedís por él.


CAPÍTULO 3

En que se dan detalles de los primeros amoríos de Andresillo, ya mozo, y de las distintas y modernas formas de ganar el sustento que usó el pícaro, quien, angustiado por la necesidad y la calamidad, recaló en una compañía teatral, también errante, conocida como La carreta del tío Osvaldo y sus títeres.

La carreta era vieja y olía a humedad.


CAPÍTULO 4

Donde aparece impresa la famosa aventura del paso del Puente de la Cebada y el enfrentamiento que se vivió entre Andresillo el pícaro y Tostón, sempiterno enemigo suyo, que a la postre le quitaría el puesto en La carreta del tío Osvaldo y sus títeres y le substraería los favores de la bella Elisenda.

―¡Hi de puta, Tostón!


CAPÍTULO 5

Capítulo en el que se narra lo que leerá el que lo leyere, el que pasare la vista por sobre los renglones ordenados, el que viere con detenimiento y atención las palabras colocadas con el orden y el concierto oportunos, el que escuchare recitarlas a algún trovador que le hiciere el favor de pronunciarlas en su presencia o el que usare cualquier otro medio para enterarse de lo que se narra en este capítulo en el que se cuenta lo que sabrá el que lo leyere.

Así es.


CAPÍTULO 6

Reflexión acerca del tiempo, el dinero, la virtud, el honor, el egoísmo, el pecado, el cielo, la muerte, el dolor, el placer, la mujer, el trabajo, el nacimiento, los antepasados y el delirio, por parte del pícaro Andresillo, antes de que éste entrara en la feria de Medina del Campo, que a la sazón habría de significar un vuelco definitivo para su vida, sus andanzas, sus correrías y sus desvelos en esta tierra de pecadores y maldicientes.

―Pues lo mismo, digo yo que, en fin...


CAPÍTULO 7

En que se narra la disipada vida que Andresillo llevó en la casa de la vieja Úrsula, rehacedora de virgos, buscona, bruja y otras cosas que aquí no vienen a cuento porque no influyen de forma determinante en las ulteriores vivencias del pícaro.
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―¡Eso me duele, eso me duele, Úrsula!


CAPÍTULO 8

En que se apunta cuidadosamente la grande empresa que acomete Andresillo el pícaro cuando decide colocarse al amparo del conde de Zopilotes y cumple fielmente todas las misiones que su señoría le encomienda, escalando de tal manera un peldaño del zigurat que son la vida y las relaciones humanas, determinadas en gran medida por el nacimiento, la suerte y el ingenio de cada cual.

―Andresillo, me vas a ir a por tabaco.


CAPÍTULO 9

En que se halla escrita la retirada de la vida pícara y buscona de Andresillo, que accederá por fin a la conducta honrada que llevaba persiguiendo durante más de veinte años y a la cual tendrá derecho después de su casamiento con Elisenda la bella, tras lo cual ambos se trasladarán a la villa y corte y comenzarán a vivir de lo que ganan en un taller de cuero.

―Sí, quiero.


EPÍLOGO

O donde encontramos relatada la muerte de Andresillo a manos de Tostón en una reyerta que tiene lugar en la Taberna de los Cuchilleros.

Qué bueno era.



COPLAS POR LA MUERTE DE ANDRÉS

Andresillo, Andresillo,
qué pícaro y qué listillo.



FIN

martes, 29 de mayo de 2007

Ficción 29: La soga

Mis despertares son un calco exacto de aquellos amaneceres de la infancia. El cuarto de baño aún me amenaza con sus humedades de colonia barata, nublados los espejos por el vapor del agua y temblando en las esquinas de azulejos la sombra de ella. Ella, mi sombra, siempre presente, siempre constante, mi compañía en la calle, en el trabajo, en el amor, en la soledad, en la luz, en la duda. Cómo librarme de esta conciencia añadida, cómo dejar de escuchar esta voz grillesca que enjuicia sin descanso todos mis actos. No hay lugar en mi existencia en que ella no lo inunde todo con su mirada inquisidora y perpetua, esos ojos que me atemorizan, que me rebelan, que pretenden guiarme a mí y a mis cuarenta años vividos.

Los primeros pasos no me alejaron más allá de los dos metros de su presencia; el primer beso lo di con su aliento en mi espalda, resollando sobre mí con el tono desaprobador que usa cuando quiere expresarme que no le gusta lo que estoy haciendo; los primeros llantos fueron enjugados por sus manos, testigos pertinaces de todo lo mío. La vida ha pasado de largo y yo no he podido salir a cazarla porque estoy suspendido de esta soga, estoy ahorcado desde el día en que nací.

Maldita sea, por qué aquella condenada partera no cortó el cordón umbilical cuando debió hacerlo.

jueves, 24 de mayo de 2007

Pastores de palabras (de Material de oficina)

¿Y si nos diera -imagínate-
por ser pastores?

Apacentaría yo palabras,
tú les pondrías voz,
y así,
cantarinas y juguetonas,
las dejaríamos pastar
a su aire
por los campos del aire.

Yo, cayado de patriarca,
pecho de lana y botas de tierra.
Tú, alas de crisálida,
saltando de una a otra,
susurrándole al rebaño
al oído:
el oído de las palabras.

Pastoreando vocablos, ¿te haces a la idea?
¿Qué fructíferas manadas
no lograríamos criar?
¿Qué colinas yermas
no alcanzaríamos
a poblar con las palabras?

Sin nos diera... si nos diera...
por ser pastores...
...yo con...
tú les pondrías...
Aunque pensándolo bien,
Alonso Quijano se planteó ser pastor
y al capítulo había muerto.
Mejor será que sigamos
dedicándonos a lo que nos dedicamos,
sea esto la maldita cosa que sea.

martes, 22 de mayo de 2007

Un soneto bizantino (XIX de El ángel caído)

Estoy en la espuma de la cerveza.
En la bruma de los restos que quedan
de la cena de ayer. En la belleza
de la ruta de tus bragas de seda.

Me siento en la esquina de las barras
sin estrellas del vagón-cafetera.
Bajo a tus muslos, me subo a la parra
que sirvió a la Eva costurera.

Soy del humo del que regresa al cigarro
con cara de hijo pródigo y amado.
Soy mermelada que se come el tarro.

Soy la guitarra que no encuentra funda.
Estoy en la tundra del exiliado:
Persiles huyendo de Sigismunda.

jueves, 10 de mayo de 2007

Poema LIV de El canto del chamarín enverdinado

Año dos mil uno después de Cristo.
Todo en el mundo está visto.
¿Todo? ¡No! Hay un amor
entre Roma y el dolor
que resiste al invasor
que es el olvido.
Pero tu amor me trastoca,
mi aldea se vuelve loca,
caigo en la poción de ron,
en la marmita de vino.

El señor gordo de trenzas
tiembla de pies a cabeza
cuando ve un casco romano.
Asterix pierde las alas
y un perro blanco sin canas
busca el rastro de tus manos.

.
Panoramix, el druida,
.......................................se suicida
en el bosque de las penas
con una hoz en las venas.
Se han roto todas mis liras,
se ha jubilado mi herrero.
Ni al más astuto guerrero
le viene al pensamiento
cómo hallar tu campamento.
.
En la cola del pescado
hay un poeta frustrado
que no escribe ni un poema.
Cuando sale a por tabaco
el César sufre un atraco,
hay que ver cómo está el tema,
ni un sextercio, ni una cala.
No queda en toda la Galia
ni una cenicienta gala
a quien poner tu sandalia.

Por Belenos, por Belisana,
qué tremendas son las ganas
de decirte que te quiero.
Por Tutatis, que el cielo caiga
sólo después de tu falda,
mi gala de siete velos.

jueves, 3 de mayo de 2007

Fulana de tal

El vagón de metro era una cazuela y nosotros conformábamos un asado haciéndose a ritmo rápido con cada traqueteo, con cada estación. Todos sudábamos un aceite jugoso y empapábamos camisetas, camisas, vestidos, pantalones y barras de metal a las que nos asíamos. En la siguiente parada, cuando ya no cabía más gente en aquel espacio superpoblado, subió otra multitud, otra muchedumbre, otra ciudad, o al menos eso es lo que me pareció, y llegamos a estar realmente apretados, juntos, resbaladizos, untuosos los unos contra los otros, los unos y las otras. Me lapé a la puerta del fondo mientras aprovechaba mi estatura para conseguir un poco del preciado aire, un oxígeno visible, escaso, pesadísimo, y entonces comencé a notar el contacto especial que producía en mi cuerpo la señorita que tenía delante, aunque más bien diría en mí, puesto que ella ocupaba el sitio supuestamente dedicado a este cerebro, a este pecho y a estas manos que ahora escriben.
.
Obviamente, todos íbamos en igual condición, éramos eslabones de una cadena soldada por los alientos, y no tenía razón de ser el pensar que la chica albergara ninguna pretensión hacia mí; sin embargo, sus glúteos golpeaban periódicos y contundentes mi zona más perceptiva y acalorada, su delgadísima tela se adhería a mis vaqueros en un afán agónico por tener alguna referencia en aquella locura de concupiscencia anónima y sin palabras. Supongo que mi estación se pasó mucho antes de que ella abriera las piernas y se apretara aún más a mí, de forma imperceptible para los demás pero con escandalosa lascivia para mí, y fue en ese momento cuando dejé mi mano derecha hasta rozar con la palma su cadera, primero como por casualidad, pero después arriesgado y valiente, y fui moldeando los dedos y el interior de la mano, sudada y gladiadora, según la forma sinuosa que se escondía bajo la cortina blanca que era su vestido. A medida que el vagón se vaciaba, su espalda hacía más fuerza contra mi pecho, de modo que el vaivén de los vagones provocaban que su pelo, moreno y recogido en una coleta, se balanceara rozándome el cuello, como un péndulo de relojería que iba marcando la intensidad de mi excitación y de mis latidos sonoros, ésos que ella sentía, sin duda alguna, en aquella piel desnuda que el vestido abría en su espalda. La agarré ya abiertamente e hice ademán de atraerla más a mí, pero eso era imposible porque ella y yo éramos ya el mismo cuerpo, nos mecíamos al unísono en cada curva, y los músculos de mi brazo, aferrados a la barra de acero, metáfora de mí mismo, seguían la misma dirección que sus nalgas contra mis muslos.

El metro se detuvo. Alcé mi mirada y comprobé aturdido que éramos los únicos que quedábamos en aquel vagón desolado y maloliente. Sin duda, el tren había llegado al fin de su trayecto y nos habíamos quedado desahuciados en la cueva oscura en la que los trenes van a dormir, porque los trenes son elefantes de hierro que emigran definitivamente a su cementerio particular. Ya sin necesidad de sujetarme, llevé la mano izquierda a su vestido y lo fui subiendo, como un telón que se alza, para descubrir un hermosísimo, caliente y desbragado cuerpo. Ella se inclinó hacia adelante y yo abrí mi cremallera dispuesto a sustituir con briosos golpes de pubis el motor del tren detenido. Sudada, sin rostro y tremendamente lubricada, ella me acogió en su interior mientras que mis pulgares sujetaban el vestido blanco hecho una arrugada masa sobre el final de su espalda. Comenzamos a gemir, yo sonoro y prehistórico, con voz de patriarca bíblico, y ella sutil, desgarrada gata en celo, gata de tela blanca y rostro oculto. Nuestras voces se alzaban libres en aquel túnel infecto, sin importarles que de pronto nos quedáramos a oscuras. Mi brío profanó el templo de mi contraria, abierto a mí, y yo yendo y viniendo sin pudor a lo largo de aquel hogar recién fundado. Sí, comenzamos a gritar, gritamos con todas nuestras fuerzas, y nuestras gargantas dieron forma a lo que llegó a ser un gañido de apareamiento, a lo que se transformó en un quejido animal, a lo que terminó siendo el estridente chillido de mi despertador.

jueves, 26 de abril de 2007

Prosía

Hay prosas
escritas en verso,
deslizadas en secreto,
a veces rimadas,
a veces contadas
cada una de las olas
de su ritmo.

Del mismo modo, existen versos escritos aparentemente sin estructura propia de tal. Pero, ¿qué es un poema? ¿Qué lo diferencia de un escrito en prosa? En los pueblos piensan que un verso es algo que rima: por eso toman por poesía algunos eslóganes de spots publicitarios. Y lo cierto es que hay más poesía en algunos anuncios de televisión que en los tomos de uno de estos poetas.

¿Y qué es un verso?
¿Es un beso
sobre el papel?
¿Es deseo de más,
de más,
de todo?

¿Cómo se viste el lenguaje,
qué galas ha de mostrar
para llamarse poema?

Y, por encima de todo, el poeta en prosa, que suele ser francés: nacido donde sea, pero francés. Poema en prosa, extraña perla, greguería, universo, poema de un solo verso.

Ficción 17: Invisible

No sé cómo me comportaría en caso de ser invisible: es probable que el miedo me atenazara impidiéndome llevar a cabo las travesuras que a cualquier humano se le pasan por la mente cuando lo colocan ante esa alternativa.

Pero sé que, invisible yo, las damas no darían muestras de inquietud a mi paso; si fuera invisible, nadie se acordaría de mí, luego nadie me llamaría para alternar, discutir, matar… Si fuera invisible, mi existencia cotidiana supondría un insoportable catálogo de soledades.

¡Por todos los dioses! La conclusión inequívoca a la que me conduce un aséptico vistazo a este modo de vida que he desarrollado es la de que, en efecto, debo de ser invisible, más invisible que los arrebatos que no da el aire en esta habitación que, desde cuándo, nadie visita.

miércoles, 25 de abril de 2007

Aute, Alicia, Carroll y un gato (De Material de Oficina)

¿Quién baraja? ¿Quién va de mano?
Los naipes de Alicia vienen trucados.
Aute acaricia
a un gato pardo
de Chesire
mientras Carroll,
no lo mires,
guarda ases en la manga.

Los Reyes de Albanta abdican en Picas,
las Damas lucen Corazones en el tanga,
las Escaleras conducen a la Belleza.

Póker de alas y balas,
el pie de Alicia bajo la mesa,
humo en la sala,
Trío de tercetos,
río de aire invisible,
Repóker de smokers, sonetos,
mito, bruma, un espejo reversible,
Rito, Espuma
y Joker añejo, como un hada a lo Draq Queen,
doble o nada, y hasta aquí.

Alza los naipes, pero slowly:
foules de tules y ataúdes, anda suelto Satanás,
Carroll no va,
Luis se crece...
y no amanece:
son las cuatro y diez
otra vez
y parece
que vuelve a empezar la partida.

Baraja de nuevo Lewis Eduardo Carroll:
solitario de Aute contra sí mismo,

a día de hoy,
sobre el abismo
del alba.

martes, 24 de abril de 2007

Bestiario

Esta mañana decidí salir pronto de casa, una hora y media antes de lo que indicaba el horario laboral, y aprovechar ese tiempo para tomarme un café en algún bar de Atocha, pasear tranquilamente por el Retiro y, quizá, subir Alcalá arriba demorándome en la visión de la actividad de los demás. Esa hora y media, sin embargo, ha quedado devorada por:

Veinticinco minutos esperando que llegara el autobús que me bajara a Atocha.

Diez minutos esperando a que el conductor del autobús dejara de discutir con un taxista en la calle Marcelo Usera.

Cuarenta minutos de atasco en Delicias.

Pero he salvado la cabeza del machaque que habría supuesto esta cadena de infortunios.

Primero, porque en esos veinticinco minutos de espera del autobús me he detenido en el examen de la gente llegando a la parada. En sólo veinticinco minutos se ha notado que la fauna cambiaba: de señoras agobiadas por el tiempo han pasado a aparecer jubilados tranquilos (que no obstante protestaban más) y estudiantes recién tuneados que acudían a sus clases con harapos limpios y de diseño. He atribuido la limpieza de su atuendo a sus señoras madres, claro, y el diseño al descerebrado de turno que pasara por la firma de ropa el día de presentar la nueva colección primavera-verano, o como presenten esas cosas.

Y segundo, lo del autobús, que ha sido magnífico. Ya sabéis que opino que para aprender a escribir hay que, fundamentalmente, ver peleas. Boxeadores, borrachos de barrio, niños, leonas asediando gacelas... lo que sea. Pues yo he visto, como os digo, al taxista y al conductor de autobús. Digno de Félix Rodríguez de la Fuente.

No sé exactamente cómo ha comenzado todo: iba abstraído en la lectura y hasta que los gritos dentro del autobús no se han hecho multitudinarios, no me he percatado de lo que ocurría. La primera imagen que he presenciado ha sido la del conductor con medio cuerpo fuera, sacándolo por la ventanilla de su portezuela, soltando puñetazos al taxista.

Desde abajo, el taxista ha demostrado más movilidad. El chófer, aun contando con la ventaja de la altura, se ha visto demasiado condicionado por el tamaño de su tripa, que lo ha encasquetado en el marco de la ventanilla. De modo que el taxista ha acertado a esquivar su guardia y ha soltado dos buenas hostias en la cara del conductor. De bella factura y con sonido... acuoso, diría. Plas, plas.

Quizá achuchado por los gritos de ánimo de los viajeros del autobús (el taxista no llevaba a nadie, no contaba con animadores), el conductor se ha bajado al asfalto. Un grito de júbilo ha recorrido el autobús. Y entonces se han visto de igual a igual, de frente. Amago de finta del taxista, que no obstante no consigue completar el movimiento y recibe sendos ganchos del conductor. Las bocinas del resto de coches se suman al coro de gritos, el tráfico está detenido en los dos sentidos, pero el conductor ya ha enchufado al otro dos buenos golpes y no va a dejarlo ahora.

Se han dicho insultos que no estaría bien reproducir aquí, fundamentalmente porque no sé ni cómo se escriben. Pero han sonado bien, los ganchos del chófer: clonck, clonck, o algo así. Había enjundia en el golpe. Había estilo, ya sabéis.

Tras unos minutos, reanudamos la marcha, con el honor de ambos contendientes a salvo y con el juicio de los viajeros: por puntos, ha resultado inapelable la victoria del chófer. Un KO habría sido más de mi gusto, aunque quizá eso hubiese retrasado aún más el viaje. La cuestión es que seguimos Marcelo Usera abajo y con el taxista justo delante, demorándose en cada esquina, picando aún a su adversario. Junto al conductor, en el autobús, viajaba un sordomudo, que ha empezado a hacer señas ofensivas al taxista. En concreto, le ha mostrado con gran vehemencia los dedos índices y corazón de su mano derecha. He pensado que quería hacerle unos cuernos, pero alguien me ha aclarado que le estaba haciendo la señal de la victoria al otro, como diciéndole: “Has perdido, calamidad, has mordido el polvo”. Me ha parecido bien la lectura de los signos del sordomudo, todo muy madrileño. Pero el taxista se ha perdido en Legazpi, puede que desmoralizado por las señales del sordomudo, que no dejaban lugar a dudas: el taxista era el perdedor de la mañana.

Delicias arriba, el combate ha sido contra el tráfico. Las caras de los habitantes de los distintos vehículos eran un poema de desesperación, más cabreados que el tono de un cantautor (de esos que reservan el humor para su charlita entre canción y canción, nunca para sus ¿versos?). Y ahí me he bajado, renunciando a mi café en Atocha y a mi paseo por el Retiro, pues el tiempo casi se me echaba encima.

Hasta llegar al metro de Delicias, con un cigarro y escuchando The sound of silence de Simon y Garfunkel, he sacado unos metros de ventaja al autobús, que seguía a paso de caracol. ¿Para qué se van al Serengueti, en Tanzania, a grabar documentales sobre animales?, he pensado: si supieran lo que tenemos aquí, sin salir de Usera y de la Arganzuela.

viernes, 20 de abril de 2007

Algo de Olga (Román)

Ayer vi una entrevista a Olga Román, guapísima, con voz de terciopelo, la mejor, corista de Sabina: más que corista, alfombra persa para la voz de madera de Joaquín. Y me he acordado de esto. Olga está guapísima, como siempre.

Algo de Olga
trae el aire, va en las ondas,
algo que suena a Brasil,
al lecho donde Joaquín
descansa su trova ronca.

Algo de Olga
quiere susurrar la noche,
algo que enmúsica parques:
suena Olga Román Quartet
desde Boston, ¿y hasta dónde?

Algo de Olga
es como jazz, y nos llueve,
y se mueve entre amigos,
desde Luis al Contigo,
y nos bautiza en Loewe.

Algo de Olga
nos duele, nos arrebata
con las vocales sagradas
de su música contada
y del Cervantes de Málaga.

Algo de Olga,
esa boca es suya, un trino
que al mundo da vueltas, vueltas,
cuando su voz alimenta
a este oído, que es mío.

Algo de Olga,
digo yo que es cuestión de
ir escuchando a diario,
cada día y lo contrario,
a Olga Román, pero el Tres.

martes, 17 de abril de 2007

Polvo, más polvo enamorado

Dicen que han verificado que el que está enterrado en la parroquia de San Andrés Apóstol, en Villanueva de los Infantes, provincia de Ciudad Real, es Quevedo. Parte de él, algunos de sus huesos. Diez, en concreto: dos fémures, una clavícula, un húmero y seis vértebras. Once investigadores de la Complutense han estado más de un año analizando los huesos de una cripta de esta parroquia; afirman que hay restos de ciento sesenta y siete seres distintos, algunos animales, y que uno de ellos es, en efecto, don Francisco de Quevedo y Villegas.

Yo no lanzaría las campanas al vuelo por varios motivos:

Primero, la prueba que esgrimen los complutenses es que en uno de los fémures estudiados se aprecia una deformidad, y que esta evidencia la famosa cojera de Quevedo. Pero se me ocurre pensar: ¿Quevedo fue el único cojo del siglo XVII?

Segundo, porque no concedo ningún valor a unos huesos, sean de quien sean. ¿Qué más da que sean de Quevedo o no? Mira que si son de Góngora...

Quevedo, además, ya avisó: sus huesos, sus médulas, serían polvo, mas polvo enamorado. ¿Es factible el amor en una cripta con ciento sesenta y siete seres, no todos humanos? ¿Era esa la idea del sonetista cuando afirmó que sus venas serían ceniza, pero con sentido? ¿En una fosa común el alma quevedesca mantiene la observación del cuerpo, a quien prometió no descuidar?

No me importa dónde estén los huesos de Quevedo, sus medulas, sus átomos, que igual son los que estoy respirando ahora mismo ―o tú, curioso lector―. Hayan ido a parar al sitio que sea, leo a ciegas a uno de los mejores que hemos tenido: polvo serán, mas polvo enamorado. Respiro con fruición, casi con delectación. ¿No oléis? ¡Si huelo hasta yo, que tengo ese sentido atrofiado! Son los átomos de Quevedo, y ante ellos no hay becerros de oro suficientes, no hay locuras, no hay infiernos divinos donde dios y Lucifer no inventen al ángel y al demonio del cuerpo de la mujer. Aute lo cantó, porque Aute lo ha cantado todo ―todo lo que me importa, se entiende―. Pero, antes de que él lo hiciera, ya lo escribió Quevedo, en tabernitas madrileñas, en reyertas y habitaciones ajenas. Nosotros, lo mismo.

Polvo, mas polvo enamorado. Polvo, más polvo enamorado.

jueves, 12 de abril de 2007

Instrucciones para quemar talento (Material de oficina)

No me rindo, vivo en Breda.
En octosílabo sudo,
me hago el sueco, quedo mudo
y hago nudos con la seda

de la lengua. Tengo miedos
pero no les echo cuentas.
Tengo compadres, parientas
y, en el estanco, mi credo.

Sesteo como los muertos,
muero como echando siestas;
ni caperuzas ni cestas:
duermo con un ojo abierto,

del calendario me fumo
los días primos. Me arrimo
al zumo de los racimos
de la uva. Echo humo

con sumo gusto, me asusto
del corderito feroz,
del cerdito constructor
y del luchador de sumo.

Saco poemas al parque
para que hagan sus cosas
sobre un árbol: mejor Llosa
que un comercial, mejor Márquez

que el que vende enciclopedias
después de un curso de inglés:
mejor ingles y francés
que vivir haciendo medias.

Ni Bill Gates blandiendo Windows
ni Mesías Alfa-Omega;
Velázquez es mi colega:
vivo en Breda y no me rindo.

martes, 10 de abril de 2007

Tercera persona del plural (Inéditos)

Los demás, los demás, todos, los otros
practican el medievo por las calles.
Festejan deidades
de madera.
Dedican sus cantares
ahogados
a trozos de escayola,
a telas de colores,
a velas que chorrean.
Piensan que, de algún modo, sus vidas dependen de ello:
su suerte, sus trabajos,
sus matrimonios,
sus patrimonios,
sus cuerpos,
sanos o no.
Tienen miedo de la muerte.
Les han enseñado a vivir así.

Que practiquen el medievo,
que canten,
que sigan con su miedo.
Lo mismo me da
mientras no me molesten.

Estoy encerrado en casa.
Pero mi sensación
es la de que yo los tengo encerrados a ellos,
encerrados fuera,
lejos de mí,
mientras escribo,
bebo,
como,
veo cine,
fumo cigarros...

Ajeno a sus dolencias.
Con las mías propias.

Y que nada tienen que ver con las suyas.

lunes, 9 de abril de 2007

La hogarada

Cuatro días enteros, con sus noches y sus amanecidas, en casa. Mientras, ellos practicaban el medievo por las calles, oliendo a cera y entonando cánticos diversos a unas figuras en las que pervive el politeísmo ancestral que han heredado sin saberlo.

Cuando el mundo practica la Edad Media, yo opto por no salir de casa. ¿No piensas salir en todos estos días?, me preguntaron el jueves. Pues no. Y, como si de una hazaña insostenible se tratara, me llaman el domingo para corroborar el éxito de mi empresa. ¿No has salido entonces? Pues no. ¿Y qué has hecho cuatro días metido en casa?

Pobres. Y cuarenta vidas, que estaría. El DVD funcionando a toda máquina. Ducados para una tripulación entera. La nevera llena. Las botellas embarazadas de licores. Y la biblioteca en silencio, con el ordenata lleno de folios en blanco y los libros frotándose las manos en sus estanterías, donde viven gozosos.

¿Para qué salir? ¿Adónde ir? Veo los telediarios del domingo y anuncian que morirán más de cien tipos en la carretera. La DGT echa la culpa a los conductores. Los conductores, a las carreteras. Las carreteras se limitan a cubrir el territorio como una neurona de asfalto.

Continúa el telediario. Me sirvo más pacharán. Ahora aparecen atormentados seres que llenan maleteros y soportan largos atascos. Se quejan del tiempo, de la lluvia, de la temperatura, del poco partido que le han sacado a las playas y los hoteles de costa. Sirvo más pacharán y me tomo unos frutos secos envueltos en chocolate.

“Los jueves, milagro”, de Berlanga. “Balas sobre Broadway” y “Hannah y sus hermanas”, de Woody Allen, “Candilejas”, de Chaplin... Bukowski termina de recitar sus últimos poemas publicados mientras cae un gin tonic y yo escribo algunos artículos acerca de La Odisea de Homero. Adelanto unos cuantos poemas. Termino un par de cuentos. Cocino con deleite. Fumo.

¿Y qué has hecho cuatro días metido en casa?, insisten por teléfono. Tomo buena nota: la próxima vez, además de no salir de casa, desconectaré el móvil.

martes, 3 de abril de 2007

Picasso al volante

He visto en un telediario matinal un accidente de tráfico. Hablaban de la operación salida, de los muertos en la carretera, del carnet por puntos y los límites de la velocidad. Pero la imagen ha sido gloriosa. Una marca de coches pagó hace años cierta cantidad de dinero por hacerse con la firma de Picasso y ponérsela como sobrenombre a un coche; le llamaron “No sé qué carajo―Picasso”. Siempre intentan revestir sus porquerías con algo que semeje dignidad.
El “No sé qué carajo―Picasso” de la noticia estaba reventado. Se había estrellado y sólo había quedado intacta la firma de Picasso. El volante a un lado, la puerta doblada, el habitáculo retorcido sobre sí mismo... ¡un coche auténticamente picassiano, un coche cubista! El azar del choque, la poesía de la velocidad y la violencia, han modelado con chapas y hierros una escultura picassiana, digna por fin de ser conducida por una señorita de Avignon.
Lo dice Aute en su último disco: Velázquez es dios, Goya, su muerte, y Picasso acabó con la pintura. Cierto, no hay pintura posible después de Picasso, pero sí la aerodinámica.
¿Lo siguiente? El “No sé qué carajo―Dalí”, que se derretirá en mitad del asfalto, sumiendo a la eterna caravana de gente que huye de las ciudades en un atasco onírico, a lo Julio Cortázar en La autopista del sur.
Picasso al volante. La velocidad y la violencia como artistas. El seguro azar nos está lanzando señales: los excrementos de los caballos fertilizaban los caminos, los excrementos de los coches somos nosotros, que vamos dentro.

jueves, 29 de marzo de 2007

Dios guarde esta casa

Sobre la mesa de la cocina, un cartel: “Prohibido echar de comer a los abuelos”.
Colgado del pomo de la puerta del cuarto del baño, un pasador de mi hermana, lo cual significaba que, en efecto, esa estancia dejaría no sería accesible durante la próxima hora y media, mientras desde dentro surgían músicas pop y ruidos de secadores.
Sobre el sofá, mi madre, rumiando cafés con la vecina a la par que por la televisión desfilaban señoras como ellas, con problemas parecidos a los suyos, sentadas en idénticos sofás.
En el garaje, el hueco que dejaba el coche ausente de mi padre.
Y sobre la puerta de la casa, justo al lado del perchero, un trozo de madera en el que un angelillo protector rezaba piadosamente: “Dios guarde esta casa y a los que la habitan”.
El día que comprendí la diferencia entre vivir y habitar fue un día triste.

Enésima Atocha (De Material de oficina)

Me pareció escuchar un crujiente chillido,
algo así como el chirriar de un hierro
al modo en que se quejaban las viejas vías que cruzaron,
con paso incontestable,
aquellos ferrocarriles de aquellos tiempos
de la estación vieja de Atocha.
Ha sido un error mío,
no existió tal sonido;
igual es que en las interioridades de mi oído,
junto a túneles abandonados
y apeaderos que no figuran en las guías,
se esconden caminos de hierro
por los que aún transitan
aquellos trenes
aullando como gigantes en celo
despertadores de críos
en medio de la noche.

La Feria del eterno retorno

Se dice que la Feria comenzó un 15 de agosto. Nadie sabe exactamente el porqué de esa creencia, el porqué de esa fecha, cuando ni siquiera los más viejos se ponen de acuerdo respecto al año concreto en que dieron comienzo las fiestas. Es más, incluso existe una corriente según la cual la Feria no ha conocido principio, la Feria ha existido siempre. Sin embargo, la fecha del 15 de agosto está de algún modo impresa en las mentes de los lugareños.

Nadie posee datos concretos, el pueblo simplemente deduce a partir de indicios. Se conoce, por ejemplo, que aquellos que montaron en el tiovivo siendo niños ahora exhiben ―vuelta a vuelta y sobre sus caballitos y autos de fantasía― canas, barbas y rostros arrugados. A partir de la observación de este fenómeno algunos sostienen que la Feria debió de comenzar hará unas cuatro décadas. Pero la teoría “de los cuarenta años”, como se la conoce, no se sostiene si pensamos que el tren de la bruja aún sigue regalando escobas. Y dicen a continuación los detractores de la “teoría de los cuarenta años”: ¿cómo van a llevar cuarenta años dando escobas? ¿De dónde habrían sacado tantas escobas?

Lo cierto es que todos los esfuerzos realizados para conocer cuándo comenzó la Feria han sido inútiles; hasta el punto de que la mayoría de la población ya no siente interés por saber la fecha del comienzo, y se limita a sobrevivir entre caballos, vestidos de volantes y la canción del verano. La masa pasea ininterrumpidamente por el Real de la Feria, aturdida, como un ejército de espectros sin alegría. Porque muchos van perdiendo la esperanza.

―Vámonos de la Feria.
―¿Para qué? Si tendremos que volver tarde o temprano… más vale no irse… pidamos otra copa.

Pero, sin bien es cierto que las razones de que la Feria no se detenga siguen siendo oscuras, lo que se sabe con certeza es que el fenómeno no consiste en una sucesión de Ferias distintas, sino en la existencia de una misma celebración ininterrumpida. ¿Cuál es la prueba irrefutable? Que la canción del verano sigue siendo la misma: “Vente p’a mi casetita, primo”.

La vida cotidiana se interrumpió hace años, lógicamente. Pero tampoco existen datos acerca de ello. Ni siquiera se sabe en qué consistía eso que llaman la vida cotidiana. ¿Era este un pueblo agricultor? ¿Ganadero? ¿De industria y comercio? Se dice que la gente fue llegando cada vez más tarde al trabajo, cansada por la acumulación de noches de juerga, y que la situación se fue agravando hasta el punto de abandonar cualquier actividad que no estuviera relacionada con la Feria de día o de noche. Las calles principales quedaron cubiertas por arenisca y excrementos de caballo. El olor a vino se extendió hasta los últimos recodos del pueblo. Se borraron los carteles indicadores de las afueras, y hoy nadie sabe adónde van esas carreteras que salen del pueblo y se internan en llanuras desconocidas. Nadie recuerda el nombre del pueblo tampoco, ya no es necesario tener ¿Para qué?

―Vente p’a mi casetita, primo.
―¿Tienes caseta propia?
―No, estoy cantando la canción del verano.
―Ah.

Todos los 14 de agosto los habitantes del pueblo esperan que la Feria se marche, que abandone los descampados y se apaguen las luces, que retorne esa normalidad que nadie recuerda; pero año tras año, como cada 15 de agosto, los del lugar regresan al recinto ferial al atardecer y asisten, resignados, al encendido de la portada, a la reanudación de los gritos de la tómbola, a la subida de la marea del olor de los churros. Y saben, entonces, que la Feria seguirá un año más en su pueblo.

domingo, 25 de marzo de 2007

Poema XIV de El ángel caído

Mueren cada día a plazos
hojas del siguiente otoño.
Ramalazos
de bisabuelas con moño
que peinaban con jazmines
recogidos en jardines
de Macondo.
............................Arañazos
que da el tiempo a los que escriben,
cuando hacer memoria es crimen
y la guerra está en tus labios.
Infancias perdidas,
fraticidas
luchas entre la razón
y el corazón. El sentido
de la vida...
¿Lo ha tenido?

Estocadas del olvido,
visiones para el oído,
de la confianza, puyas.
Bandazos en el aire
de faldas, ahora tuyas
y hace años de nadie.

martes, 20 de marzo de 2007

Recados

X llama a Y desde el trabajo y le encarga que compre unos chorizos para las lentejas del almuerzo. Una hora más tarde vuelven a hablar por teléfono. Y ya ha comprado los chorizos, está en casa y le pregunta cuánto va a tardar en regresar de la oficina.

X retrasa su salida debido a que el jefe quiere hablar con él. Espera media hora, pero no le conceden la audiencia prometida. Cabreado por el tiempo perdido, sube al metro y aligera en los trasbordos para llegar cuanto antes. En el corto trayecto que hay entre la boca de metro y la casa se da cuenta de que apenas le quedan unos cigarros, así que se detiene en un bar, se cruza con un tipo al entrar, y compra un paquete de Ducados. El camarero que le atiende es viejo, lento de movimientos, y tarda unos segundos en encontrar el tabaco, que está debajo de la caja registradora. X se apoya en la barra por inercia y coloca el antebrazo sobre la superficie de cinc. Se la moja. Justo ha ido a poner el brazo en el lugar en el que alguien ha apoyado antes una jarra de cerveza. Se seca con una servilleta, paga el tabaco y se marcha a casa.

X no sabe que el agua que le ha mojado el brazo es la misma que resbalaba por la jarra de Z, el tipo con el que se ha cruzado al entrar en el bar. X no sabe que Z es con quien Y ha empleado la hora que ha transcurrido entre sus dos llamadas telefónicas. X no sabe, en definitiva, que Y no está esperándolo paciente, sino que en el mismo instante en que él se está secando con la servilleta, ella enfría la sábana que ha calentado Z, que ni siquiera le cobró los chorizos.

sábado, 17 de marzo de 2007

Intersecciones

X aparca el coche junto al bar de de carretera, se sienta en una de las mesas, pide un desayuno completo y observa la lluvia caer sobre el asfalto. Café, zumo, tostadas y un bollo. Cuando eres un viajante y vives lejos de tu casa aprovechas todos los descansos y todas las oportunidades de comer que el camino te otorga. Por eso X mastica sin prisa, saboreando cada minuto, porque sabe que le queda una jornada laboral cuyo número de horas es aún una incógnita. El teléfono le sonará no sé cuantas veces, visitará un número indeterminado de pueblos y verá tantas caras que a duras penas podrá recordar alguna cuando se acueste sobre una almohada desconocida. X se permite un cigarro con el café y, mientras hace chocar las bocanadas de humo sobre el cristal, fantasea con una vida sedentaria. ¿Y si él trabajara en este bar, si lograra aprenderse el ritmo de los días iguales, si consiguiera intimar con el grupo de personas habituales de estas mesas?

Z termina de servir el desayuno al viajante que se ha sentado junto a la ventana. Ésta es una mañana especialmente tranquila, así que le es posible apurarse su café y quedarse apoyado en una esquina de la barra fumando un cigarro. Cuando trabajas todos los días en el mismo sitio aprovechas la mínima oportunidad para evadirte hacia otras vidas. Una vida, por qué no, como la del viajante que también fuma en su mesa. Él sí que tiene suerte. Z piensa: ¿Y si él pudiera huir de la monotonía y visitar un número indeterminado de pueblos en una sola jornada? ¿Si viera tantas caras al cabo del día que a duras penas pudiera recordar alguna cuando se acostara sobre una almohada desconocida?

X y Z fuman a la vez, piensan a la vez y, por unos instantes, coinciden mirando el mismo charco del asfalto.

lunes, 12 de marzo de 2007

Arañazos y mercromina (XII de Más de Cien Sonetos...)

Soneto veinticinco de Neruda,
Ahora que y Contigo de Sabina,
y La locura que todo lo cura
de Aute, arañazos y mercromina,

Stevenson narrando mi aventura,
Battiato recitando entre cortinas,
tus manos escoltando a mis dudas,
mi lecho hecho mar de cuatro esquinas,

Bukowski, el licor, tus pechos claros,
tilín del corazón de Calamaro,
Umbral hermoseado en tu esencia,

mis versos con las puertas entreabiertas,
la guerra sin cuartel contra las letras,
las letras a los pies de tu presencia.

martes, 6 de marzo de 2007

El frío de las ondas

Escucho una tertulia radiofónica en la que aparecen unas señoras cultas. Una de ellas ha escrito una biografía de Umbral titulada El frío de una vida, o algo así, y es profesora de universidad, en Barcelona. La mujer da sus razones, las desarrolla, se explica, y yo experimento un regocijo interno sin límites por no estar en la universidad. Ya no sabría callarme en una clase donde dicen ciertas cosas y las venden como verdades inmutables, como misterios religiosos que memorizar.

¿Por qué la gente llama a los programas nocturnos de la radio, a la 69.G, para explicar sus vidas?, se preguntan las señoras cultas. La profesora opina que hay que verbalizar las vidas, que hablar de uno mismo no es siempre egoísmo... ¿Comprendéis por qué decía lo de la universidad? Imaginaos una hora así, escuchando idioteces. Y otra hora después. Y cinco años seguidos. Y antes, no lo olvidemos, una vida entera sentado en una mesa escuchando a tipos y tipas que, se supone, te están cultivando. Es demasiado. No hay ningún cerebro que aguante eso y no salga manchado, lleno de porquería. Hacen falta muchas noches en la barra de un bar para librarte de sus trampas intelectuales.

Una de las señoras cultas, no la biógrafa, muestra una clara aversión por Umbral. Recuerdo bien los tiempos en los que la misma señora hablaba maravillas del escritor vallisoletano. Se ve que han tenido algún roce personal y a partir de ahí habla del fracaso de Umbral, de cómo ha acabado, de que leyendo la biografía ha tomado cierto respeto por el personaje literario... Me pregunto qué ocurriría si en vez de leer el estudio de esta señora hubiera leído a Umbral... No sé de qué fracaso hablan, desconozco el alcance que puede tener la frase: “Umbral no es solidario, está centrado en sí mismo”... Así como no sé a qué se refieren cuando dicen que el escritor madrileño no se defiende de las críticas...

Lo curioso es que, dos minutos antes de acabar la entrevista, la presentadora del programa recuerda que no estaría mal dar el currículum de la entrevistada. Nos cuenta que es profesora de literatura, experta en latinoamérica, promotora de esto, promotora de lo otro... Supongo que si hubiera dicho algo interesante en la media hora anterior no hubiera sido necesario justificar su presencia en el programa.

No sé, me siento engañado cada vez que empleo el tiempo en este tipo de cosas. Por eso, quizá por mala conciencia, o por sentir que equilibro un poco la balanza, me he puesto a escribir un artículo. También supongo que mientras las señoras cultas hablaban, el escritor vallisoletano / madrileño escribía su artículo de mañana; o miraba el atardecer desde Villaviciosa de Odón o Majadahonda, por ahí vive retirado en el atardecer de su vida. Ha dejado más de sesenta años de literatura. ¿Qué dejarán las señoras cultas?

viernes, 2 de marzo de 2007

Poema XIV de Resistencia en la Puente

Se deslizan las palabras,
escurridizas,
sobre los versos de Neruda.
Ese tío era capaz de quitarle el velo a lo que veía
y descubrir las orquestas aéreas bajo las que danzamos.

Baroja caminaba por las novelas
despreocupado por el que quedaba atrás,
como un péndulo inexorable
que narraba y narraba arrasando campos, escaparates y vidas.
Sabía contarlo todo de un golpe,
con ritmo de carnicero cortando ternera.

Bukowski no edulcoraba los postres.
En él todo era plato fuerte.
Pocos como él han sido tan certeros
a la hora de vaticinar lo que nos íbamos a encontrar aquí.
Decía que escuchaba la música de los siglos.
¡Y la escuchaba, sí, rodeado de sordos!

Estos tipos no parecen de nuestra misma raza.
Observo los telediarios,
salgo a las calles,
a los bares,
a los parques,
a las radios...
No queda gente así,
sólo dementes desenfocados
rumiando mierda.

Los escritores están muertos;
los dioses se marcharon a otro planeta;
ya no quedan
camareros discretos.

miércoles, 28 de febrero de 2007

Érase ninguna vez

Esto no es ningún cuento. Es una imagen, la de una señora que andaba de noche con un bolso negro a la espalda y unos tacones sonantes sobre el asfalto sin asfaltar de una carretera de mi pueblo. Era verano, como casi siempre que recuerdo, y la madrugada prometía ya pocas cosas, era sincera: en eso se diferencia de la noche. Los muchachos se habían largado a sus casas, yo quedaba en pie con un vaso en la mano y un amanecer en la otra, dando tumbos por las esquinas, los borrachos somos los nuevos serenos, los que están serenos están locos. Ya sabéis de qué hablo. Y en uno de los bandazos la encontré, a la puta, la que se pone en la carretera del cementerio. Poca gente frecuenta esos lugares, sólo necrófilos, poetas y puteros. En mi pueblo no hay necrófilos ni poetas. Y ella volvía al tajo, bolso y tacones, haciendo sonar la madrugada al ritmo de su tic tac, bamboleando la carretera al compás de sus primeros balanceos de cintura, una cintura entrada en carnes, madura por los coitos repetidos hasta la saciedad, una cintura putísima y triste, prisionera dentro de una estirada tela color de animal, como animal copulatorio era ella, mi puta, la de mi pueblo.

Cuando llegué a la esquina y la vi, ella enfilaba la carretera, hacia las afueras, y allí, bajo las farolas de luz anaranjada, el camino se perdía en una curva lejanísima, o quizá la curva estaba en mi vista, en mi ginebra, y no en el camino; lo cierto es que la puta comenzaba a andar la carretera de espaldas a mí y yo, apoyado en un semáforo, me quedé paralizado al ver la estampa. Oh, sí, aquello era una buena postal, qué queréis que os diga, una buena imagen, ya he dicho que esto no es un cuento, y no sé por qué oscuras jugarretas de la memoria recuerdo la carretera mojada en agosto, quizá una tormenta de verano, y la recuerdo a ella sonando sobre el suelo húmedo y caliente, precisamente los dos adjetivos que debería fingir esa noche, todas las noches. Sus piernas, manchadas de madrugada, eran robustas, frutales, apetecibles, y la mano que no cogía el bolso iba y venía haciendo arcos en el aire, como una niña, como una niña puta, que es lo que era, así como niño y puto era yo, niño por mirarla borracho y triste, y puto por desearla, por amarla en la noche íntima que a los dos se nos moría sobre nuestras cabezas.

Sé que esperáis que pase algo, pero no fue así. Yo deseé que se diera la vuelta, que me mirara, que me pidiera fuego, algo, que corriera hacia mí loca de amor, gritando palabras soeces, y entonces le habría jurado adhesión eterna arrodillado a sus pies, bajo sus tacones, bajo su falda, bajo su bolso... deseé que la noche nos uniera, el romance de la puta y el borracho, pero no. Ella siguió adelante, toda una vida adelante, y se perdió en la curva, mía o de la carretera, se fue para siempre, tacón y bolso, pelo negro y falda animal, paso lento, infantil y puto, y os juro que me quedé allí, bebiendo y fumando, hasta mucho después de que su figura, ya diminuta en la lejanía, se esfumara por el revés de la carretera, y os juro que es una de las estampas más hermosas que he visto. De algún modo, supongo que sigo en el semáforo, esperando a que ella vuelva, quizá despeinada, quizá demacrada, quizá muerta. Esto no es ningún cuento.

lunes, 26 de febrero de 2007

Leda o El amor verdadero

―Cuánto más la miro, más la deseo ―le dije.
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―Eso es amor, gilipollas. A tu edad... ―me dijo.
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―Sólo tengo veinticinco.
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―Pero ya no se te empina lo suficiente.
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―Al contrario. Se me empina todos los días.
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―Eso no es suficiente. ¿Sueñas con ella?
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―Siempre.
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―¿Te levantas mojado?
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―Siempre.
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―¿Y por qué no os vais a vivir juntos?
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―Hombre, la gente, tú sabes, ¿qué iba a decir?
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―¿Qué va a decir? ¿Qué más da? ¿Tú la quieres?
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―Digo yo que sí...
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―Pues entonces...
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―Tiene una mirada tan tierna. Todo lo que hago, lo hago pensando en ella.
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―Que estás enamorado, gilipollas, te lo estoy diciendo.
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―Pero no hemos hablado nunca. No puedo estar enamorado así como así.
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―¿A ti te pone?
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―Claro.
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―Coño, pues estás enamorado.
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―Es que ella no es como el resto. Ya sabes, las mujeres son...
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―Qué más te dan los demás. Llévatela a tu casa y empieza de cero. Yo lo hice y ya me ves, ya son cuatro años.
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―¿Y te va bien con Alexia?
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―Muy bien. No discutimos, tenemos sexo, yo la satisfago, ella a mí también. Y luego, aparte, yo tengo mi vida y ella la suya. Lo mío con Alexia no tiene nada que ver con relaciones anteriores.
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―Ahora hay amor.
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―Eso es. Lo supe desde el principio. Yo estaba como tú, hasta que un día me dí cuenta. Los demás son todos unos cabrones que no quieren que seas feliz, y comentan, se ríen de ti, que si fíjate, que si siempre juntos, que si está enchochado. Que se jodan todos. ¿Cómo se llama ella?
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―Leda. Es preciosa. La amo. Tienes razón. Estoy enamorado y la voy a llevar a vivir conmigo a casa.
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―Cuando ellas se acostumbran a que salgas y entres a tu aire, ni protestan ni nada. Es la hostia. Es amor ―me dijo.
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―Lo mío es amor ―le dije.
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Así que lo hice. Me pasé por el callejón. Alguien me vio llevarme a Leda a casa. Ahora estarán comentando. Pero ya no me importa, porque ahora soy feliz. Hacemos el amor cuando se nos antoja, cuando lo necesitamos. No discutimos, no hay una mala palabra, ni un mal gesto, nada de nada. Todo es amor. Esto es el amor. Igual que lo de mi amigo con Alexia, su gata. Así es lo mío con Leda, mi gata. Cuanto más la miro, más la deseo. Soy feliz y la amo. Nada más.

viernes, 23 de febrero de 2007

El poema de los nombres (Poema XXII de El ángel caído)

Carlota es el nombre de la concha de las tortugas.
El agua fluye entre la palabra musgo
humedeciéndola igual que hace la “ese”
en la sandía.
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Hay gente que piensa que no puede haber
gallos y barbacoas en las calles.
Pero gallo y barbacoa son dos palabras graciosas,
sobre todo si se dicen a la vez:
gallo y barbacoa.
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Y existen nombres íntimos,
vocablos de alcoba,
de andar por casa:
pasillo, sombra, sofá, sonrisa,
quizá también madera
y, con toda seguridad, alfombra.
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Algunas palabras llevan
la marca
de las noches de Bagdag,
de Bagdag en libros, no en periódicos:
lámpara, azul, luna llena,
máscara, tela, tinaja
y, de nuevo, alfombra.
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Copa es un nombre que se quiebra
contra el suelo,
que es un nombre fresco sobre el que posar los pies,
que son un nombre que duele,
un nombre tierno de carne rosa
o de carne verde,
como las tortugas,
que tienen una concha
cuyo nombre es Carlota.

martes, 20 de febrero de 2007

Unas líneas sobre Atenas

Andan poniendo en el Canal de Historia un reportaje sobre Atenas. Cuando uno ve un documental de ese tipo siente un repentino arrebato que conduce al estudio del tema. Pero luego se pasa, porque cambian de programa o cambias tú de canal. El documental en cuestión es meramente descriptivo, no aparecen los típicos expertos que opinan del tema ni nada de eso. Sólo imágenes y un narrador contando la historia. Dejan bien a Pericles, a los filósofos, a los escultores... Fidias tuvo que largarse de por vida de Atenas después de hacer una estatua de Atenea para el Partenón; la polis nunca le perdonó al tipo el pastón que se gastó honrando a la diosa. Fidias, hoy en día, sería secretario de Estado o director de algún museo, con beca de estudio y restaurante propio. Pero los atenienses eran pocos y se controlaban entre sí. Quizá ése sea el secreto, no ser demasiados. No entiendo, por tanto, qué problema hay en que la cantidad de población disminuya...
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Pero hablemos de Atenas. Donde Platón corrompía a los menores, ahora pasa el metro. Donde se hacían las vasijas negras y ocres tan famosas y conocidas, que de paso era un barrio de putas, ahora queda un mercadillo. No dijeron qué fue de las putas. Del Partenón apenas quedan unas piedras. Y, sobre todo, el color ha desaparecido. Porque los atenienses lo cromaban todo. Las estatuas, los frisos, las columnas... Debió de ser espectacular, acojonante, la visión de esa Atenas. ¿Qué queda hoy en día de aquello? Casi nada. Y si de Atenas, vienticinco siglos después, apenas hay restos fidedignos... ¿qué quedará de nosotros?
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El narrador explicó que la industria de las vasijas de aquel tiempo era lo que para nosotros es la industria del coche. Había dinero y prestigio de por medio en la fabricación de esos objetos. Pero, ¿de verdad alguien espera que quede algo de la industria automovilística dentro de veinticinco siglos? Dudo mucho que pasados 500 años sepan nada de los coches ni de los que los perpetraron.
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Sófocles y Eurípides inventan el teatro. Platón y Aristóteles toman la filosofía oriental y la someten a occidente (de esto no habló el documental, pero lo importante es que hoy sabemos quiénes eran esos dos tipos). Pericles se toma como ejemplo de buen gobernante. Fidias hace maravillas con el mármol en sus ratos libres. Y me da en la nariz que dentro de otros veinticinco siglos, si esto no revienta antes, los que queden por aquí seguirán oyendo hablar de Sófocles, Platón, Pericles, Fidias... Pero nada sabrán acerca de la existencia de Antonio Gala, Guiddens, Bush, Aznar o Moneo... Bueno, de Aznar no se acordará nadie dentro de veinticinco meses.
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Este planteamiento nos lleva a pensar que nuestra civilización es perecedera, de usar y tirar. ¿Qué vamos a dejar a los siglos? ¿Qué obras nuestras, físicas o de pensamiento, creemos que quedarán? El documental terminaba con una frase acertada: Atenas, la preferida del tiempo. Sí, ¿pero y nosotros? ¿Siglos XX y XXI, la miseria del tiempo, la miseria del pensamiento, la miseria de las miserias? A nosotros no sólo se nos irán los colores, como les ha pasado a las Cariátides, a nosotros es que ni nos van a citar ni en los libros de texto. Y mucho menos si las reformas educativas continúan por el camino que van. (En ese caso, en breve dejarán también de hablar de Atenas).

lunes, 19 de febrero de 2007

Los lunes

Vamos a hablar de los lunes. Es un tema incómodo según los modos de vida que llevamos; para la religión de los últimos tiempos, los lunes constituyen anatema, son innombrables, son los enemigos de la felicidad. Pero los lunes comienzan el domingo.
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Los domingos por la tarde los metros de las ciudades se pueblan de ejércitos de ociosos que regresan pronto a casa. Callados, en contraposición con las algarabías de la mañana, esas personas ya llevan en la mente el sonido del despertador que ha de levantarlos en pocas horas para volver al trabajo.
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Hay distintos lunes. Están los lunes de los funcionarios, que deben de ser una especie de vuelta a la misma broma, a una habitación que tiene paredes como las de un huevo, como un útero. Es un sitio seguro el lunes funcionarial, forrado de sueldos fijos y de una tranquilidad que sólo ellos conocen.
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Los lunes del resto de trabajadores, ese volver al lugar en el que no se quiere estar. Nadie, apenas nadie, disfruta trabajando. Pero hay que tener dinero, hay que hacer cosas que no se harían por gusto, sino porque hay que llenar el frigorífico, hacer frente a las facturas del agua y pagar la casa. Habrá trabajadores siempre que haya deudas. Y necesidades que no son tales.
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Los lunes escolares. El niño aparenta no entender nada, para que le dejen seguir siendo niño, pero comprende todo. Sabe que acudir al colegio es una obligación, percibe la inutilidad de las horas perdidas y calla, al igual que ve a sus padres callar tantas otras cosas y asumir las incoherencias como el que asume que llueve cuando tiene que salir de casa.
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Y están los lunes de los parados, que se nos antojan parecidos a un lienzo en blanco que el artista en paro, o el parado presto al arte, ha de rellenar pincelada a pincelada, hora a hora. Inventarse un lunes, una semana, una vida de quehacer donde no hay nada que hacer. El parado se levanta, escucha los sonidos de la calle, que revelan la actividad de los otros, el planeta laboral, y comienza la tarea de hilar las costuras de la nada. El parado odia el lunes porque es cuando recuerda que está parado. Un sábado por la tarde, un domingo por la mañana, todos excepto los camareros somos más iguales, pues el ocio nos une. Pero comienza la semana y separa, como en un juicio final, a diestra e izquierda, a los que trabajan de los que no lo hacen. Y ninguno de los dos grupos es feliz.
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La prosperidad de una sociedad se mide por la forma en que afronta los lunes, que suponen una radiografía de la miseria. Queda la podredumbre al descubierto en un día en que ni los resultados de la Liga ni las diatribas políticas nos abstraen de este chute de realidad, de esta sobredosis de hastío.

jueves, 15 de febrero de 2007

Ikea

En el Ikea hay de todo. Paseas por sus dormitorios con la sensación de que el dueño de la casa va a salir del baño y te va a preguntar qué carajo estás haciendo ahí, en su cuarto. Te sientas en un comedor y, sin querer, comienzas a mirar la hora con impaciencia porque presientes que allí está a punto de venir alguien con los platos de la comida.
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El Ikea es de un país nórdico, me parece; y uno siente, mientras recorre los pasillos de esa exposición, que se puede tocar el sueño del Estado del Bienestar, ése que tenemos metido en la cabeza y que aquí se destruyó hace mucho (si es que llegó a haberlo; tendremos que preguntarle a los más viejos del lugar). Lo mismo a esos hombres que sufren las inclemencias del tiempo y que no tienen por costumbre amontonarse en el bar les da por sentarse en casa, mirando la lluvia que no cesa a través de los cristales del salón, y elaboran todo un arsenal de ideas que luego sirve para mejorar las administraciones, los impuestos, los trabajos. Ikea se parece a Idea y puede que eso no sea casual.
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Resulta muy europeo el Ikea, y es casi lo único que nos hace creer que la UE es verdad, porque, ¿a cuánta gente conocemos que haya pagado con euros en Francia o en Alemania? Esa realidad apenas la hemos comprobado por nosotros mismos. Pero el Ikea sí lo hemos comprobado. Hemos olido la honestidad de sus maderas, nos hemos aposentado frente a los televisores que sirven de excusa para echarse una siesta en unos sillones tan cómodos que parecen sacados de un jaleo pornográfico. Se nos olvida, a la par que nos llenamos las mentes con centros de mesa y alfombras, que eso es una multinacional, que sabrá dios de dónde viene tanto embalaje, que qué manos habrán urdido los mimbres de esas butacas de jardín. ¿Manos infantiles? ¿Manos bien remuneradas? Con tanta lámpara de pinza y tanto estante porta-cds el asunto aparenta ser el lado amable del liberalismo.
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Pero es lo más barato que hay y sería temerario no ir a Ikea. ¿Temerario para quién? Para las jóvenes parejas, claro, que de eso iba este artículo, ahora que me acuerdo. Porque yo las he visto allí, paseando de la mano, susurrándose secretos de alcoba (de alcoba, de baño, de salón...). Yo los he visto, quizá incluso he llegado a ser uno de ellos en algún momento, porque los amores se distinguen por los lugares que visitan, ¿y quién se resiste a disfrazarse, una tarde cualquiera, de proyecto de marido, señorona, pareja estable, moderna, cultivada y sin prejuicios? Yo he estado allí, mientras ellas, las parejas recién estrenadas, olían los precintos y soñaban que así es como olería su casa. El hogar que tanto les va a costar pagar. Una vida entera. Una eternidad en la que sólo compartirán un rato frente al televisor, cada noche, cuando los dos se junten para hablar de cómo les ha ido en los respectivos trabajos y no sepan a ciencia cierta qué sueldo de los dos es el que está pagando la hipoteca y cuál es el que les está manteniendo la nevera y las vacaciones en agosto. Parece Ikea entonces el libro del futuro y, cada una de sus estancias, la página de la crónica de una muerte anunciada. La del amor y la idea.
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PD: Y móntalo tú, eso sí, con un destornillador y dos cojones.

martes, 13 de febrero de 2007

Último parte de guerra (de Material de oficina)

“Cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas Nacionales sus últimos objetivos militares. La Guerra ha terminado".
Burgos, Primero de abril de 1939, año de la Victoria,
El Generalísimo Franco.
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Cautivo y desarmado,
lo último, a tu causa,
lo primo, en tu cuarto,
rendidos mis esfuerzos,
exhausto mi soldado,
me dejas, he quedado
al menos para un rato,
cautivo y desarmado.
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Sentí el Alzamiento:
“La piel se ha rebelado”,
decían las portadas,
cantaban por la radio.
Grité: “No pasarás”,
muté en miliciano,
me fui hasta tu frente,
luché contra tus manos.
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Ardían tus capillas,
caían fusilados
mis ojos en tus zanjas,
perdía yo los Nortes,
cruzabas tú mis brazos,
el Ebro te fluía
cabal y autoritario,
y el rojo de mi sangre,
ejército sin mando,
cruzó tus Pirineos
camino del letargo.
Grité: “No pasarás”,
grité, y has pasado.
Y vi, tras tu desfile,
mi cuerpo exiliado.
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Y sé, más por cautela
que no por serte franco,
que no has de conformarte
con un solo altercado.
La paz que ahora impones
con agua, con cigarros,
tendrá la duración
que tienen mis Ducados:
tu guerra de calores
aún no ha terminado.

viernes, 9 de febrero de 2007

Universos

Estrella de bar.
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Prestamista, estafador, ¿por qué no embargas al viento?
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Venderéis, pero no me convenceréis.
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Yo he nacido. (A Nietszche)
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En los cristales de las gafas está el alma de quien las lleva.
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Alfábético: la primera letra griega era del Betis.
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El atardecer es el despertador de las farolas.
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Hipócrates era un hipócrita.

miércoles, 7 de febrero de 2007

La pluralidad y los días

Una nueva Gran Reflexión: ¿por qué los lunes, martes, miércoles, jueves y viernes los decimos en plural, acabado en S, y el sábado y el domingo en singular? No es justo. De lunes a viernes, se cuentan las horas, se echan cuentas, se espera la campanada laboral del viernes para llegar a ese paréntesis del fin de semana (weekend para los locutores de radio). Sin embargo, colocamos el plural justo donde más nos duele y dejamos los días de asueto en singular, ahí, solitarios, como si no disfrutáramos del vermut del mediodía sabático o de los suplementos del domingo de los diarios.
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Cambiemos esto, bloggeros, ¿por qué conformarnos con una pluralidad heredada que no se adapta a nuestro sentir? Estoy de acuerdo en mantener la doble naturaleza del viernes y, por tanto, su plural: el viernes laboral y el no laboral, la deliciosa noche del viernes.
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De modo que propongo una nueva nomenclatura según la cual la semana quedaría compuesta por: lune, marte, miércole, jueve, viernes, sábados y domingos. Así, serían frecuentes las siguientes expresiones:
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El lune es una putada.
¡Ya es miércole!
El jueve por la noche sale bastante gente y en Huertas no hay tanto pesado.
¡Hoy es viernes!
¡Hoy es sábados!
¡Hoy es domingos!
Tengo la crisis del domingos por la noche.
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Si veis que os viene bien, usad esta forma de llamar a los días; la cedo al mundo, desinteresadamente.

lunes, 5 de febrero de 2007

Poema XVII (Tomo 4: El ángel caído)

Amo la ensaladilla de los bares,
las pajas en directo del sofá,
los sombras en abierto, los compares
alérgicos al mal de madrugar;
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las bragas en el cesto de la ropa,
el incesto entre tinta y papel,
la piel de hielo que visten las copas,
el santo y cruel recelo del infiel.
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Alabados los sueños del que añora.
Aleluya por las puyas del gen.
Loados los Schwartzenagers que lloran.
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Benditas sean las migas del mantel.
Benditas sean las horas a deshoras.
Maldito el sudor que huele a gel.

viernes, 2 de febrero de 2007

Fantasmas con currículum

Han repuesto en el Canal Nostalgia una entrevista que Terenci Moix le hizo, hará unos veinte años, a Kirk Douglas. El escritor catalán parecía un niñito gay de Chueca inmerso en la movida de los ochenta, y nadie habría apostado por que él se jubilara de la vida antes que el actor. Pero ya decía la Celestina que la muerte pende tanto sobre el joven como sobre el viejo...
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Kirk tiene en realidad un nombre eslavo y es judío, la típica historia del pobre hecho a sí mismo en EEUU. Muy bucólico todo y tal. Se mostraba orgulloso de su hijo Michael, también actor, afamado y multimillonario (no sabemos si también el hijo tiene un nombre parecido al de Lenin). Esta mañana vi una película del hijo, y a eso iba. Hacía de un ejecutivo al que la empresa ponía contra las cuerdas debido a un supuesto acoso sexual. Guiones aparte, porque la película está bien contada, hay un momento en el que Michael Douglas está tomando algo con su abogada, cuando pinta en bastos para él y todo hace suponer que va a perder el puesto de trabajo. “Voy a perder mi empleo”, dice, “y me pareceré a esos de ahí fuera: fantasmas con un currículum en la mano”.
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La película tendrá unos diez años, está ambientada en Seattle y cuenta con la honra de ser ya universal, al menos en la frase del ejecutivo: fantasmas con un currículum en la mano. La forma económica que articula a la mayoría de países del globo (casi diría que la totalidad) tiene varias consecuencias, y una de ellas es que necesita que exista un desempleo que los expertos llaman “paro estructural”. Con este término se refieren a ese tanto por ciento de gente que jamás va a encontrar trabajo. El sistema es el capitalista, por cierto, lo que pasa es que si dices esa palabra el post te queda antiguo. Es que el término y el concepto son del siglo XVI. Se las trae. El sistema está maduro como fruta reventona, a punto de caer del árbol. Esto pueden ser cincuenta o cien años, pero ya han aparecido los primeros síntomas de decadencia, las contradicciones intrínsecas que decía Marx. Karl Marx hizo el siglo pasado un análisis del capitalismo que hasta la fecha ha sido certero. Pero parece que invocar al siglo XIX es más arcaico que vivir según el XVI. Nadie explica esto, sencillamente porque no tiene explicación. Distinto es que las propuestas de Marx, en efecto, sean del siglo XIX, y se me antojan igualmente desfasadas para un siglo XXI que cada día muta más rápido: tanto, que en pocos años hará parecer al XX como apolillado y vetusto. Pero esto es tema para otro día, supongo.
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El paro estructural, entonces, esa gente que va al almacén de desocupados y que ni siquiera se reúne porque, según pasan los meses, estar parado es una especie de estigma, de peste. Fantasmas con currículums que pesan más que las cadenas. Fantasmas que se aparecen por las oficinas del Inem. Pero los tecnócratas no creen en fantasmas, desde luego, esas historietas de viejas que se narran en voz baja junto al fuego. No hay nada más triste que ver a un parado mirar el fuego de una chimenea, chimenea que, quizá, arde gracias a los currículums, cuando los fantasmas se han hartado de llevarlos de ventanilla en ventanilla y los han echado a la hoguera, pensando quizá que sería mejor arrojarse a sí mismos a ella.

miércoles, 31 de enero de 2007

Teoría del tanga

Si me preguntáis cuál es el mejor invento de la Historia, y sé que casi todos os estáis haciendo esa misma pregunta en estos mismos momentos, os debo contestar: el tanga.
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¿Por qué? Porque, si nos detenemos a pensar en el concepto de “invento”, rápidamente detectamos que la inmensa mayoría de inventos surgen por adición, o suma: si a una caja le sumamos unas ruedas, obtenemos un carro; si a un palo le adherimos un paño, ya tenemos una fregona; si a un chaleco le añadimos unas mangas, ¡eureka!: un jersey.
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Sin embargo, el tanga es un invento que nada a contracorriente de la ley de la invención: es un invento-salmón, por decirlo de algún modo, porque se basa en la sustracción, en la resta: si a unas bragas le quitamos un pedazo, obtenemos un tanga.
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Los egipcios usaban tanga (a mí me interesa especialmente el hecho de que lo usaran las egipcias), y mi teoría es que esa civilización perduró a lo largo de casi tres milenios precisamente por el empleo del tanga. Una civilización que surge en medio de un desierto, con un río que les inunda todo cada año y con un calor del carajo... sólo puede pervivir en torno al tanga.
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Alcorcón vende más tangas que Barcelona, me comentan los expertos textiles: ahí lo tenéis, perviviendo a las bandas juveniles y los antidisturbios.
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Brasil es un país serio: el único que ha conseguido cinco campeonatos mundiales de fútbol. ¿Por qué? Porque usan tanga. ¿Cosas del clima? Puede ser, pero no me digáis que son comparables una brasileña en tanga que una señora de Laponia abrigada hasta el cuello. Con respeto para los lapones, eh, que también son de dios.
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Me vais a perdonar, pero yo lo tengo claro: la teoría del tanga, que lanzo aquí, al centro del estanque del internet, se expandirá en ondas por todo el mundo, rompiendo barreras y revolucionando la Historia como ninguna otra teoría lo hizo. Ni la de Darwin. Ni la de Marx. Que no conocieron el tanga, todo hay que decirlo.