miércoles, 31 de enero de 2007

Teoría del tanga

Si me preguntáis cuál es el mejor invento de la Historia, y sé que casi todos os estáis haciendo esa misma pregunta en estos mismos momentos, os debo contestar: el tanga.
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¿Por qué? Porque, si nos detenemos a pensar en el concepto de “invento”, rápidamente detectamos que la inmensa mayoría de inventos surgen por adición, o suma: si a una caja le sumamos unas ruedas, obtenemos un carro; si a un palo le adherimos un paño, ya tenemos una fregona; si a un chaleco le añadimos unas mangas, ¡eureka!: un jersey.
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Sin embargo, el tanga es un invento que nada a contracorriente de la ley de la invención: es un invento-salmón, por decirlo de algún modo, porque se basa en la sustracción, en la resta: si a unas bragas le quitamos un pedazo, obtenemos un tanga.
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Los egipcios usaban tanga (a mí me interesa especialmente el hecho de que lo usaran las egipcias), y mi teoría es que esa civilización perduró a lo largo de casi tres milenios precisamente por el empleo del tanga. Una civilización que surge en medio de un desierto, con un río que les inunda todo cada año y con un calor del carajo... sólo puede pervivir en torno al tanga.
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Alcorcón vende más tangas que Barcelona, me comentan los expertos textiles: ahí lo tenéis, perviviendo a las bandas juveniles y los antidisturbios.
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Brasil es un país serio: el único que ha conseguido cinco campeonatos mundiales de fútbol. ¿Por qué? Porque usan tanga. ¿Cosas del clima? Puede ser, pero no me digáis que son comparables una brasileña en tanga que una señora de Laponia abrigada hasta el cuello. Con respeto para los lapones, eh, que también son de dios.
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Me vais a perdonar, pero yo lo tengo claro: la teoría del tanga, que lanzo aquí, al centro del estanque del internet, se expandirá en ondas por todo el mundo, rompiendo barreras y revolucionando la Historia como ninguna otra teoría lo hizo. Ni la de Darwin. Ni la de Marx. Que no conocieron el tanga, todo hay que decirlo.

lunes, 29 de enero de 2007

¿El mar no se marea?

El hecho de que el mar no se maree aún mantiene a los sabios en la cuerda floja; son tantas las dudas, los agujeros negros del conocimiento, lo que creemos saber y resulta incierto: “Todo lo que decían nuestros padres que era bueno es malo: el sol, la leche, la carne poco hecha, la universidad...”, afirma Woody Allen en Annie Hall.
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Pues eso: ¿quién es el que lleva a los primeros conductores de metro y autobús a sus puestos de trabajo? Qué poco sabemos, ¿alguien sabe definir la palabra “hosting” o “ripear” sin emplear a su vez términos incomprensibles?
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¿Alguno de vosotros ha visto a algún camarero tomarse el café a la temperatura que ellos lo sirven? ¿Dónde van los libros que no se devuelven? ¿Cuándo celebran su cumpleaños los nacidos el 29 de febrero? ¿Cómo es posible que un tipo nacido en Madrid a las doce y media de la noche del 21 de diciembre sea Capricornio y uno nacido a la misma hora, pero en Canarias, sea Sagitario? ¿No están todos los astros en el mismo sitio? ¿Es que un huso horario cambia el carácter y el destino y el tamaño, que por cierto no importa? E insisto: qué carajo es un hosting, cuánto pesa, ¿hay tallas de hosting?
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Son tantas las dudas, es tan largo el lunes y tan corto el viernes por la noche, sentado en casa con un gin tonic después de la cena... Pero mejor no sigo por ahí, o acabaré ripeándome el hosting (y sin darme cuenta, que es lo peor). Claro, que me hago estas preguntas por ser Sagicornio, o Capitauro, yo qué sé.

jueves, 25 de enero de 2007

Las grandes dudas

¿No pasarán o no pacharán? Dudas existenciales a cada paso. ¿Rubias o morenas? ¿De verdad hay que elegir? ¿Dostoievski o Tolstoi? Bueno, en ese caso lo tengo claro: Dostoievski, porque Tolstoi me parece un imbécil y el otro me parece, sencillamente, el mejor, junto al Cervantes de El Quijote.
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Supongo que cada uno tiene sus propias grandes dudas. Luego están las oficiales, las que se supone que debemos compartir todos y que, me temo, no importan a casi nadie. A mí al menos no me suelen interesar los grandes temas, las grandes dudas que en teoría deberían atormentarme:
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¿Existe dios? ¿Qué es la culpa? ¿Cómo debo actuar? ¿Se puede viajar en el tiempo? Pse, quizá esta última cuestión sí me interese a ratos: sería glorioso volver atrás y decir que sí aquella vez que dije no... o decir que no cierta vez que opté por salir del bar. Pero, en definitiva, ¿qué garantías hay de que todo hubiera salido mejor? Ninguna. El hecho es que estamos aquí, blogueando, escupiendo palabras en pos de Dostoievski, y sin tener ni la más mínima idea de dios, la culpa, el deber o qué desayunaba Tolstoi (su sobrino sí escribía de perlas, tiene relatos vampíricos exquisitos).
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De modo que, carísimos lectores, venga otro pacharán. ¡No pacharán! Pero pacharon... ¡Hip!

miércoles, 24 de enero de 2007

¡Alarma, alarma social!

La alarma social. Cuando me llega esa expresión, la mente se me puebla con escenas de coches ardiendo, calles de asfalto que se quiebran como corteza de pan duro, meteoritos cayendo sobre edificios que se desmoronan, olor dulzón a carne humana calcinada, sirenas garabateando estruendos en el aire y una turba de gente, no sé por qué a ellos me los imagino con chaqueta y a ellas con un bolso de mano, que huye despavorida no se sabe bien a dónde.
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Supongo que este apocalíptico concepto de alarma social se ha ido destilando en los pliegos de mi cerebro a lo largo de películas sobre catástrofes, libros findelmundistas y, quizá, algún telediario que no me dio tiempo a quitar mientras almorzaba. El hecho es que ahí está.
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Pero hoy querría luchar contra ese concepto, contra esa sensación alarmante que me provoca la palabra y el concepto de alarma. ¿Alarmarse es malo? ¿Malo para quién? Las autoridades ponen mucho interés en que no nos alarmemos. En las últimas semanas se han propagado dos alarmas, a saber: una, causada por el continuo e intolerable mal funcionamiento del Metro de Madrid; otra, la pelea multitudinaria ocurrida en Alcorcón, poblachón de nombre árabe, en origen de alfareros, del sur de Madrid. Conozco bien ambos casos: el Metro y Alcorcón, no así la alfarería.
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“No os alarméis, no hay motivo de alarma, que no cunda el pánico...”, repiten las autoridades. ¿Por qué no? Porque ellos se ven, entonces, en caso de alarma, obligados a remediar un asunto. El Metro de Madrid lleva meses, años, diría ya, funcionando por debajo de lo que la decencia considera admisible (eso sí, el precio de los abonos sube anualmente por encima del 8% ―en enero de 2006 un 14%, creo recordar―). Pero sólo cuando hace unas semanas unos viajeros al borde del ataque de histeria, e incluso un par de pasos más allá de ella, decidieron montar la de dios es cristo en mitad de un parón, en medio de un túnel, frente a los macarrillas uniformados de los seguratas, sólo entonces, insisto, la triste realidad del funcionamiento del Metro saltó a los medios de comunicación social y, sólo entonces, se produjo la alarma. Estamos a pocos meses de unas elecciones municipales, y las autorizadas autoridades se han dado prisa entonces a parchear la situación, a ofrecer soluciones de choque. Nada se ha arreglado, como es obvio, lo cual lleva a plantearse: ¿no hacen nada porque no quieren o es que, además, ni saben ni pueden hacer nada? Suponemos que todo a la vez.
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En lo de Alcorcón ha ocurrido tres cuartos de lo mismo: “No hay pandillas latinas en Alcorcón”, sostiene la delegada del Gobierno en Madrid, mientras los vecinos del lugar te cuentan que eso no es cierto, que llevan meses así, que ésta no es la primera vez que ocurre un enfrentamiento, un navajazo, una muerte. Ésta, simplemente, es la primera vez que la situación provoca una alarma.
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De modo que, blogueros intrépidos, las delegadas de Gobierno, las autoridades (sanitarias o no), los imperturbables capitostes que nos van diciendo cómo tenemos que vivir pueden desgañitarse pidiendo que no nos alarmemos, pero os puedo garantizar que me pienso alarmar a las primeras de cambio, por lo que sea, y no sólo eso: me comprometo a dejarme la piel, el alma, las yemas de los dedos en el intento de propagarla. En este blog, por ejemplo.
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PD: “La alarma social es un mecanismo de defensa del ciudadano”, José Saramago dixit.

jueves, 18 de enero de 2007

Las pasiones fingidas

En el bar han cambiado de proveedor, tanto de carne como de pescado. Yo no como pescado, porque soy un caballero y considero que comerse algo que ha estado tanto tiempo en el agua sin arrugarse no es propio de un señor del siglo XXI, aunque no me parece mal, en eso no me meto, que nuestros ancestros se agacharan junto a los ríos a sacar salmones y truchas, o lo que quiera que sacaran (botas roídas, latas vacías, yo qué sé).
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Pero, en fin, que han cambiado de proveedor, y el camarero, un chico joven que parece lavarse el pelo todos los días y que es soportable siempre que su hormona no detecte señoras cerca, me ha avisado: “Hemos cambiado de proveedor”; “ponme un Rioja entonces”, he respondido.
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¿Para qué iba a decirle que llevo años sin sentido del gusto, y que todo lo salpimento hasta la extenuación para que los sabores se abran paso entre la niebla del Ducados? Para nada, esfuerzo inútil, así que he asentido y me he tomado el vino y un cigarro mientras el cocinero trabajaba con el nuevo género.
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Y esta confesión, que admito aquí porque ya me han dicho que los blogs apenas se leen como algo íntimo y de todas formas algo tengo que contar, me viene al pelo para lanzar el pensamiento de hoy: se puede vivir sin sentido del gusto, o sea, sin pasiones, o mejor dicho: inventándose las pasiones, fingiéndolas, del mismo modo que yo finjo que el filete de ternera de hoy sabía mejor que el de ayer (ambos me han sabido, simplemente, a sal). Finjo las pasiones, sí, proclamo, ya no me escondo, lo hago como lo hacía el Quijote, que estoy convencido de que ni quería ser caballero andante ni nada, pero algo tendría que hacer el hombre, aburrido ya de leer los mismos libros y con la sobrina y el ama dando la tabarra todo el día en casa.
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Él se hizo caballero andante; yo, en cambio, me he hecho bloggero. Pero eso sí: los dos con la misma triste figura.
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PD: Detrás de cada parchís, hay una oca.
PD2: Visitad larevelacion.com, que es la hostia, coño.

martes, 16 de enero de 2007

Crema de verduras

Compruebo que el grueso de los blogs se inscriben dentro de lo que denominaré "temáticas universales", los grandes temas: el alma, el cambio climático, la lucha contra el terrorismo... Pero yo creo que un blog hay que abrirlo a partir de lo anecdótico, para pasar después a los temas de enjundia. Por lo tanto, proclamo que comenzaré este blog, mi primer blog, desde lo concreto: la crema de verduras que me acaban de poner para comer. ¿La textura? Estupenda. ¿El color? Apetitoso. ¿El sabor? Muy agradable. Y el resultado, un incremento en la energía interior, en los músculos, en la voluntad. Hasta tal punto, que he llegado a la redacción y, con la cabeza bien alta, encarando al futuro, recibiéndolo a puerta gayola, he abierto este blog.
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Esto es una prueba, como resulta evidente, un "probando, probando"; no sé a quién me dirijo, -problamente a nadie, hipotéticamente a todos...-. Pero me comprometo ante vosotros vosotros, lectores virtuales, multitud silenciosa, a no comprometerme a nada: ni en temática, ni en estilo, ni en periodicidad. Esto me empieza a resultar divertido, casi vicioso. Si queréis leer más, visitad larevelacion.com, donde aparecen algunas reflexiones salidas de mis manos, ay, compuestas por dedos excesivamente cortos como para ser buen luchador, manos frágiles, por tanto, pero resistentes: nunca gané ningún pulso, pero en COU metí un gol que nos sirvió para empatar un partido importantísimo. Y ahí acaban mis proezas físicas.
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Por eso tomo crema de verduras, porque no descarto ningún alarde postrero, no sé, algo así como subir las escaleras del Metro a pie, pasando de la escalera mecánica.
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Quizá mañana escriba unas cuantas líneas más. Depende del menú del bar, supongo.