jueves, 29 de marzo de 2007

Dios guarde esta casa

Sobre la mesa de la cocina, un cartel: “Prohibido echar de comer a los abuelos”.
Colgado del pomo de la puerta del cuarto del baño, un pasador de mi hermana, lo cual significaba que, en efecto, esa estancia dejaría no sería accesible durante la próxima hora y media, mientras desde dentro surgían músicas pop y ruidos de secadores.
Sobre el sofá, mi madre, rumiando cafés con la vecina a la par que por la televisión desfilaban señoras como ellas, con problemas parecidos a los suyos, sentadas en idénticos sofás.
En el garaje, el hueco que dejaba el coche ausente de mi padre.
Y sobre la puerta de la casa, justo al lado del perchero, un trozo de madera en el que un angelillo protector rezaba piadosamente: “Dios guarde esta casa y a los que la habitan”.
El día que comprendí la diferencia entre vivir y habitar fue un día triste.

Enésima Atocha (De Material de oficina)

Me pareció escuchar un crujiente chillido,
algo así como el chirriar de un hierro
al modo en que se quejaban las viejas vías que cruzaron,
con paso incontestable,
aquellos ferrocarriles de aquellos tiempos
de la estación vieja de Atocha.
Ha sido un error mío,
no existió tal sonido;
igual es que en las interioridades de mi oído,
junto a túneles abandonados
y apeaderos que no figuran en las guías,
se esconden caminos de hierro
por los que aún transitan
aquellos trenes
aullando como gigantes en celo
despertadores de críos
en medio de la noche.

La Feria del eterno retorno

Se dice que la Feria comenzó un 15 de agosto. Nadie sabe exactamente el porqué de esa creencia, el porqué de esa fecha, cuando ni siquiera los más viejos se ponen de acuerdo respecto al año concreto en que dieron comienzo las fiestas. Es más, incluso existe una corriente según la cual la Feria no ha conocido principio, la Feria ha existido siempre. Sin embargo, la fecha del 15 de agosto está de algún modo impresa en las mentes de los lugareños.

Nadie posee datos concretos, el pueblo simplemente deduce a partir de indicios. Se conoce, por ejemplo, que aquellos que montaron en el tiovivo siendo niños ahora exhiben ―vuelta a vuelta y sobre sus caballitos y autos de fantasía― canas, barbas y rostros arrugados. A partir de la observación de este fenómeno algunos sostienen que la Feria debió de comenzar hará unas cuatro décadas. Pero la teoría “de los cuarenta años”, como se la conoce, no se sostiene si pensamos que el tren de la bruja aún sigue regalando escobas. Y dicen a continuación los detractores de la “teoría de los cuarenta años”: ¿cómo van a llevar cuarenta años dando escobas? ¿De dónde habrían sacado tantas escobas?

Lo cierto es que todos los esfuerzos realizados para conocer cuándo comenzó la Feria han sido inútiles; hasta el punto de que la mayoría de la población ya no siente interés por saber la fecha del comienzo, y se limita a sobrevivir entre caballos, vestidos de volantes y la canción del verano. La masa pasea ininterrumpidamente por el Real de la Feria, aturdida, como un ejército de espectros sin alegría. Porque muchos van perdiendo la esperanza.

―Vámonos de la Feria.
―¿Para qué? Si tendremos que volver tarde o temprano… más vale no irse… pidamos otra copa.

Pero, sin bien es cierto que las razones de que la Feria no se detenga siguen siendo oscuras, lo que se sabe con certeza es que el fenómeno no consiste en una sucesión de Ferias distintas, sino en la existencia de una misma celebración ininterrumpida. ¿Cuál es la prueba irrefutable? Que la canción del verano sigue siendo la misma: “Vente p’a mi casetita, primo”.

La vida cotidiana se interrumpió hace años, lógicamente. Pero tampoco existen datos acerca de ello. Ni siquiera se sabe en qué consistía eso que llaman la vida cotidiana. ¿Era este un pueblo agricultor? ¿Ganadero? ¿De industria y comercio? Se dice que la gente fue llegando cada vez más tarde al trabajo, cansada por la acumulación de noches de juerga, y que la situación se fue agravando hasta el punto de abandonar cualquier actividad que no estuviera relacionada con la Feria de día o de noche. Las calles principales quedaron cubiertas por arenisca y excrementos de caballo. El olor a vino se extendió hasta los últimos recodos del pueblo. Se borraron los carteles indicadores de las afueras, y hoy nadie sabe adónde van esas carreteras que salen del pueblo y se internan en llanuras desconocidas. Nadie recuerda el nombre del pueblo tampoco, ya no es necesario tener ¿Para qué?

―Vente p’a mi casetita, primo.
―¿Tienes caseta propia?
―No, estoy cantando la canción del verano.
―Ah.

Todos los 14 de agosto los habitantes del pueblo esperan que la Feria se marche, que abandone los descampados y se apaguen las luces, que retorne esa normalidad que nadie recuerda; pero año tras año, como cada 15 de agosto, los del lugar regresan al recinto ferial al atardecer y asisten, resignados, al encendido de la portada, a la reanudación de los gritos de la tómbola, a la subida de la marea del olor de los churros. Y saben, entonces, que la Feria seguirá un año más en su pueblo.

domingo, 25 de marzo de 2007

Poema XIV de El ángel caído

Mueren cada día a plazos
hojas del siguiente otoño.
Ramalazos
de bisabuelas con moño
que peinaban con jazmines
recogidos en jardines
de Macondo.
............................Arañazos
que da el tiempo a los que escriben,
cuando hacer memoria es crimen
y la guerra está en tus labios.
Infancias perdidas,
fraticidas
luchas entre la razón
y el corazón. El sentido
de la vida...
¿Lo ha tenido?

Estocadas del olvido,
visiones para el oído,
de la confianza, puyas.
Bandazos en el aire
de faldas, ahora tuyas
y hace años de nadie.

martes, 20 de marzo de 2007

Recados

X llama a Y desde el trabajo y le encarga que compre unos chorizos para las lentejas del almuerzo. Una hora más tarde vuelven a hablar por teléfono. Y ya ha comprado los chorizos, está en casa y le pregunta cuánto va a tardar en regresar de la oficina.

X retrasa su salida debido a que el jefe quiere hablar con él. Espera media hora, pero no le conceden la audiencia prometida. Cabreado por el tiempo perdido, sube al metro y aligera en los trasbordos para llegar cuanto antes. En el corto trayecto que hay entre la boca de metro y la casa se da cuenta de que apenas le quedan unos cigarros, así que se detiene en un bar, se cruza con un tipo al entrar, y compra un paquete de Ducados. El camarero que le atiende es viejo, lento de movimientos, y tarda unos segundos en encontrar el tabaco, que está debajo de la caja registradora. X se apoya en la barra por inercia y coloca el antebrazo sobre la superficie de cinc. Se la moja. Justo ha ido a poner el brazo en el lugar en el que alguien ha apoyado antes una jarra de cerveza. Se seca con una servilleta, paga el tabaco y se marcha a casa.

X no sabe que el agua que le ha mojado el brazo es la misma que resbalaba por la jarra de Z, el tipo con el que se ha cruzado al entrar en el bar. X no sabe que Z es con quien Y ha empleado la hora que ha transcurrido entre sus dos llamadas telefónicas. X no sabe, en definitiva, que Y no está esperándolo paciente, sino que en el mismo instante en que él se está secando con la servilleta, ella enfría la sábana que ha calentado Z, que ni siquiera le cobró los chorizos.

sábado, 17 de marzo de 2007

Intersecciones

X aparca el coche junto al bar de de carretera, se sienta en una de las mesas, pide un desayuno completo y observa la lluvia caer sobre el asfalto. Café, zumo, tostadas y un bollo. Cuando eres un viajante y vives lejos de tu casa aprovechas todos los descansos y todas las oportunidades de comer que el camino te otorga. Por eso X mastica sin prisa, saboreando cada minuto, porque sabe que le queda una jornada laboral cuyo número de horas es aún una incógnita. El teléfono le sonará no sé cuantas veces, visitará un número indeterminado de pueblos y verá tantas caras que a duras penas podrá recordar alguna cuando se acueste sobre una almohada desconocida. X se permite un cigarro con el café y, mientras hace chocar las bocanadas de humo sobre el cristal, fantasea con una vida sedentaria. ¿Y si él trabajara en este bar, si lograra aprenderse el ritmo de los días iguales, si consiguiera intimar con el grupo de personas habituales de estas mesas?

Z termina de servir el desayuno al viajante que se ha sentado junto a la ventana. Ésta es una mañana especialmente tranquila, así que le es posible apurarse su café y quedarse apoyado en una esquina de la barra fumando un cigarro. Cuando trabajas todos los días en el mismo sitio aprovechas la mínima oportunidad para evadirte hacia otras vidas. Una vida, por qué no, como la del viajante que también fuma en su mesa. Él sí que tiene suerte. Z piensa: ¿Y si él pudiera huir de la monotonía y visitar un número indeterminado de pueblos en una sola jornada? ¿Si viera tantas caras al cabo del día que a duras penas pudiera recordar alguna cuando se acostara sobre una almohada desconocida?

X y Z fuman a la vez, piensan a la vez y, por unos instantes, coinciden mirando el mismo charco del asfalto.

lunes, 12 de marzo de 2007

Arañazos y mercromina (XII de Más de Cien Sonetos...)

Soneto veinticinco de Neruda,
Ahora que y Contigo de Sabina,
y La locura que todo lo cura
de Aute, arañazos y mercromina,

Stevenson narrando mi aventura,
Battiato recitando entre cortinas,
tus manos escoltando a mis dudas,
mi lecho hecho mar de cuatro esquinas,

Bukowski, el licor, tus pechos claros,
tilín del corazón de Calamaro,
Umbral hermoseado en tu esencia,

mis versos con las puertas entreabiertas,
la guerra sin cuartel contra las letras,
las letras a los pies de tu presencia.

martes, 6 de marzo de 2007

El frío de las ondas

Escucho una tertulia radiofónica en la que aparecen unas señoras cultas. Una de ellas ha escrito una biografía de Umbral titulada El frío de una vida, o algo así, y es profesora de universidad, en Barcelona. La mujer da sus razones, las desarrolla, se explica, y yo experimento un regocijo interno sin límites por no estar en la universidad. Ya no sabría callarme en una clase donde dicen ciertas cosas y las venden como verdades inmutables, como misterios religiosos que memorizar.

¿Por qué la gente llama a los programas nocturnos de la radio, a la 69.G, para explicar sus vidas?, se preguntan las señoras cultas. La profesora opina que hay que verbalizar las vidas, que hablar de uno mismo no es siempre egoísmo... ¿Comprendéis por qué decía lo de la universidad? Imaginaos una hora así, escuchando idioteces. Y otra hora después. Y cinco años seguidos. Y antes, no lo olvidemos, una vida entera sentado en una mesa escuchando a tipos y tipas que, se supone, te están cultivando. Es demasiado. No hay ningún cerebro que aguante eso y no salga manchado, lleno de porquería. Hacen falta muchas noches en la barra de un bar para librarte de sus trampas intelectuales.

Una de las señoras cultas, no la biógrafa, muestra una clara aversión por Umbral. Recuerdo bien los tiempos en los que la misma señora hablaba maravillas del escritor vallisoletano. Se ve que han tenido algún roce personal y a partir de ahí habla del fracaso de Umbral, de cómo ha acabado, de que leyendo la biografía ha tomado cierto respeto por el personaje literario... Me pregunto qué ocurriría si en vez de leer el estudio de esta señora hubiera leído a Umbral... No sé de qué fracaso hablan, desconozco el alcance que puede tener la frase: “Umbral no es solidario, está centrado en sí mismo”... Así como no sé a qué se refieren cuando dicen que el escritor madrileño no se defiende de las críticas...

Lo curioso es que, dos minutos antes de acabar la entrevista, la presentadora del programa recuerda que no estaría mal dar el currículum de la entrevistada. Nos cuenta que es profesora de literatura, experta en latinoamérica, promotora de esto, promotora de lo otro... Supongo que si hubiera dicho algo interesante en la media hora anterior no hubiera sido necesario justificar su presencia en el programa.

No sé, me siento engañado cada vez que empleo el tiempo en este tipo de cosas. Por eso, quizá por mala conciencia, o por sentir que equilibro un poco la balanza, me he puesto a escribir un artículo. También supongo que mientras las señoras cultas hablaban, el escritor vallisoletano / madrileño escribía su artículo de mañana; o miraba el atardecer desde Villaviciosa de Odón o Majadahonda, por ahí vive retirado en el atardecer de su vida. Ha dejado más de sesenta años de literatura. ¿Qué dejarán las señoras cultas?

viernes, 2 de marzo de 2007

Poema XIV de Resistencia en la Puente

Se deslizan las palabras,
escurridizas,
sobre los versos de Neruda.
Ese tío era capaz de quitarle el velo a lo que veía
y descubrir las orquestas aéreas bajo las que danzamos.

Baroja caminaba por las novelas
despreocupado por el que quedaba atrás,
como un péndulo inexorable
que narraba y narraba arrasando campos, escaparates y vidas.
Sabía contarlo todo de un golpe,
con ritmo de carnicero cortando ternera.

Bukowski no edulcoraba los postres.
En él todo era plato fuerte.
Pocos como él han sido tan certeros
a la hora de vaticinar lo que nos íbamos a encontrar aquí.
Decía que escuchaba la música de los siglos.
¡Y la escuchaba, sí, rodeado de sordos!

Estos tipos no parecen de nuestra misma raza.
Observo los telediarios,
salgo a las calles,
a los bares,
a los parques,
a las radios...
No queda gente así,
sólo dementes desenfocados
rumiando mierda.

Los escritores están muertos;
los dioses se marcharon a otro planeta;
ya no quedan
camareros discretos.