jueves, 29 de marzo de 2007

Dios guarde esta casa

Sobre la mesa de la cocina, un cartel: “Prohibido echar de comer a los abuelos”.
Colgado del pomo de la puerta del cuarto del baño, un pasador de mi hermana, lo cual significaba que, en efecto, esa estancia dejaría no sería accesible durante la próxima hora y media, mientras desde dentro surgían músicas pop y ruidos de secadores.
Sobre el sofá, mi madre, rumiando cafés con la vecina a la par que por la televisión desfilaban señoras como ellas, con problemas parecidos a los suyos, sentadas en idénticos sofás.
En el garaje, el hueco que dejaba el coche ausente de mi padre.
Y sobre la puerta de la casa, justo al lado del perchero, un trozo de madera en el que un angelillo protector rezaba piadosamente: “Dios guarde esta casa y a los que la habitan”.
El día que comprendí la diferencia entre vivir y habitar fue un día triste.

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