jueves, 26 de abril de 2007

Prosía

Hay prosas
escritas en verso,
deslizadas en secreto,
a veces rimadas,
a veces contadas
cada una de las olas
de su ritmo.

Del mismo modo, existen versos escritos aparentemente sin estructura propia de tal. Pero, ¿qué es un poema? ¿Qué lo diferencia de un escrito en prosa? En los pueblos piensan que un verso es algo que rima: por eso toman por poesía algunos eslóganes de spots publicitarios. Y lo cierto es que hay más poesía en algunos anuncios de televisión que en los tomos de uno de estos poetas.

¿Y qué es un verso?
¿Es un beso
sobre el papel?
¿Es deseo de más,
de más,
de todo?

¿Cómo se viste el lenguaje,
qué galas ha de mostrar
para llamarse poema?

Y, por encima de todo, el poeta en prosa, que suele ser francés: nacido donde sea, pero francés. Poema en prosa, extraña perla, greguería, universo, poema de un solo verso.

Ficción 17: Invisible

No sé cómo me comportaría en caso de ser invisible: es probable que el miedo me atenazara impidiéndome llevar a cabo las travesuras que a cualquier humano se le pasan por la mente cuando lo colocan ante esa alternativa.

Pero sé que, invisible yo, las damas no darían muestras de inquietud a mi paso; si fuera invisible, nadie se acordaría de mí, luego nadie me llamaría para alternar, discutir, matar… Si fuera invisible, mi existencia cotidiana supondría un insoportable catálogo de soledades.

¡Por todos los dioses! La conclusión inequívoca a la que me conduce un aséptico vistazo a este modo de vida que he desarrollado es la de que, en efecto, debo de ser invisible, más invisible que los arrebatos que no da el aire en esta habitación que, desde cuándo, nadie visita.

miércoles, 25 de abril de 2007

Aute, Alicia, Carroll y un gato (De Material de Oficina)

¿Quién baraja? ¿Quién va de mano?
Los naipes de Alicia vienen trucados.
Aute acaricia
a un gato pardo
de Chesire
mientras Carroll,
no lo mires,
guarda ases en la manga.

Los Reyes de Albanta abdican en Picas,
las Damas lucen Corazones en el tanga,
las Escaleras conducen a la Belleza.

Póker de alas y balas,
el pie de Alicia bajo la mesa,
humo en la sala,
Trío de tercetos,
río de aire invisible,
Repóker de smokers, sonetos,
mito, bruma, un espejo reversible,
Rito, Espuma
y Joker añejo, como un hada a lo Draq Queen,
doble o nada, y hasta aquí.

Alza los naipes, pero slowly:
foules de tules y ataúdes, anda suelto Satanás,
Carroll no va,
Luis se crece...
y no amanece:
son las cuatro y diez
otra vez
y parece
que vuelve a empezar la partida.

Baraja de nuevo Lewis Eduardo Carroll:
solitario de Aute contra sí mismo,

a día de hoy,
sobre el abismo
del alba.

martes, 24 de abril de 2007

Bestiario

Esta mañana decidí salir pronto de casa, una hora y media antes de lo que indicaba el horario laboral, y aprovechar ese tiempo para tomarme un café en algún bar de Atocha, pasear tranquilamente por el Retiro y, quizá, subir Alcalá arriba demorándome en la visión de la actividad de los demás. Esa hora y media, sin embargo, ha quedado devorada por:

Veinticinco minutos esperando que llegara el autobús que me bajara a Atocha.

Diez minutos esperando a que el conductor del autobús dejara de discutir con un taxista en la calle Marcelo Usera.

Cuarenta minutos de atasco en Delicias.

Pero he salvado la cabeza del machaque que habría supuesto esta cadena de infortunios.

Primero, porque en esos veinticinco minutos de espera del autobús me he detenido en el examen de la gente llegando a la parada. En sólo veinticinco minutos se ha notado que la fauna cambiaba: de señoras agobiadas por el tiempo han pasado a aparecer jubilados tranquilos (que no obstante protestaban más) y estudiantes recién tuneados que acudían a sus clases con harapos limpios y de diseño. He atribuido la limpieza de su atuendo a sus señoras madres, claro, y el diseño al descerebrado de turno que pasara por la firma de ropa el día de presentar la nueva colección primavera-verano, o como presenten esas cosas.

Y segundo, lo del autobús, que ha sido magnífico. Ya sabéis que opino que para aprender a escribir hay que, fundamentalmente, ver peleas. Boxeadores, borrachos de barrio, niños, leonas asediando gacelas... lo que sea. Pues yo he visto, como os digo, al taxista y al conductor de autobús. Digno de Félix Rodríguez de la Fuente.

No sé exactamente cómo ha comenzado todo: iba abstraído en la lectura y hasta que los gritos dentro del autobús no se han hecho multitudinarios, no me he percatado de lo que ocurría. La primera imagen que he presenciado ha sido la del conductor con medio cuerpo fuera, sacándolo por la ventanilla de su portezuela, soltando puñetazos al taxista.

Desde abajo, el taxista ha demostrado más movilidad. El chófer, aun contando con la ventaja de la altura, se ha visto demasiado condicionado por el tamaño de su tripa, que lo ha encasquetado en el marco de la ventanilla. De modo que el taxista ha acertado a esquivar su guardia y ha soltado dos buenas hostias en la cara del conductor. De bella factura y con sonido... acuoso, diría. Plas, plas.

Quizá achuchado por los gritos de ánimo de los viajeros del autobús (el taxista no llevaba a nadie, no contaba con animadores), el conductor se ha bajado al asfalto. Un grito de júbilo ha recorrido el autobús. Y entonces se han visto de igual a igual, de frente. Amago de finta del taxista, que no obstante no consigue completar el movimiento y recibe sendos ganchos del conductor. Las bocinas del resto de coches se suman al coro de gritos, el tráfico está detenido en los dos sentidos, pero el conductor ya ha enchufado al otro dos buenos golpes y no va a dejarlo ahora.

Se han dicho insultos que no estaría bien reproducir aquí, fundamentalmente porque no sé ni cómo se escriben. Pero han sonado bien, los ganchos del chófer: clonck, clonck, o algo así. Había enjundia en el golpe. Había estilo, ya sabéis.

Tras unos minutos, reanudamos la marcha, con el honor de ambos contendientes a salvo y con el juicio de los viajeros: por puntos, ha resultado inapelable la victoria del chófer. Un KO habría sido más de mi gusto, aunque quizá eso hubiese retrasado aún más el viaje. La cuestión es que seguimos Marcelo Usera abajo y con el taxista justo delante, demorándose en cada esquina, picando aún a su adversario. Junto al conductor, en el autobús, viajaba un sordomudo, que ha empezado a hacer señas ofensivas al taxista. En concreto, le ha mostrado con gran vehemencia los dedos índices y corazón de su mano derecha. He pensado que quería hacerle unos cuernos, pero alguien me ha aclarado que le estaba haciendo la señal de la victoria al otro, como diciéndole: “Has perdido, calamidad, has mordido el polvo”. Me ha parecido bien la lectura de los signos del sordomudo, todo muy madrileño. Pero el taxista se ha perdido en Legazpi, puede que desmoralizado por las señales del sordomudo, que no dejaban lugar a dudas: el taxista era el perdedor de la mañana.

Delicias arriba, el combate ha sido contra el tráfico. Las caras de los habitantes de los distintos vehículos eran un poema de desesperación, más cabreados que el tono de un cantautor (de esos que reservan el humor para su charlita entre canción y canción, nunca para sus ¿versos?). Y ahí me he bajado, renunciando a mi café en Atocha y a mi paseo por el Retiro, pues el tiempo casi se me echaba encima.

Hasta llegar al metro de Delicias, con un cigarro y escuchando The sound of silence de Simon y Garfunkel, he sacado unos metros de ventaja al autobús, que seguía a paso de caracol. ¿Para qué se van al Serengueti, en Tanzania, a grabar documentales sobre animales?, he pensado: si supieran lo que tenemos aquí, sin salir de Usera y de la Arganzuela.

viernes, 20 de abril de 2007

Algo de Olga (Román)

Ayer vi una entrevista a Olga Román, guapísima, con voz de terciopelo, la mejor, corista de Sabina: más que corista, alfombra persa para la voz de madera de Joaquín. Y me he acordado de esto. Olga está guapísima, como siempre.

Algo de Olga
trae el aire, va en las ondas,
algo que suena a Brasil,
al lecho donde Joaquín
descansa su trova ronca.

Algo de Olga
quiere susurrar la noche,
algo que enmúsica parques:
suena Olga Román Quartet
desde Boston, ¿y hasta dónde?

Algo de Olga
es como jazz, y nos llueve,
y se mueve entre amigos,
desde Luis al Contigo,
y nos bautiza en Loewe.

Algo de Olga
nos duele, nos arrebata
con las vocales sagradas
de su música contada
y del Cervantes de Málaga.

Algo de Olga,
esa boca es suya, un trino
que al mundo da vueltas, vueltas,
cuando su voz alimenta
a este oído, que es mío.

Algo de Olga,
digo yo que es cuestión de
ir escuchando a diario,
cada día y lo contrario,
a Olga Román, pero el Tres.

martes, 17 de abril de 2007

Polvo, más polvo enamorado

Dicen que han verificado que el que está enterrado en la parroquia de San Andrés Apóstol, en Villanueva de los Infantes, provincia de Ciudad Real, es Quevedo. Parte de él, algunos de sus huesos. Diez, en concreto: dos fémures, una clavícula, un húmero y seis vértebras. Once investigadores de la Complutense han estado más de un año analizando los huesos de una cripta de esta parroquia; afirman que hay restos de ciento sesenta y siete seres distintos, algunos animales, y que uno de ellos es, en efecto, don Francisco de Quevedo y Villegas.

Yo no lanzaría las campanas al vuelo por varios motivos:

Primero, la prueba que esgrimen los complutenses es que en uno de los fémures estudiados se aprecia una deformidad, y que esta evidencia la famosa cojera de Quevedo. Pero se me ocurre pensar: ¿Quevedo fue el único cojo del siglo XVII?

Segundo, porque no concedo ningún valor a unos huesos, sean de quien sean. ¿Qué más da que sean de Quevedo o no? Mira que si son de Góngora...

Quevedo, además, ya avisó: sus huesos, sus médulas, serían polvo, mas polvo enamorado. ¿Es factible el amor en una cripta con ciento sesenta y siete seres, no todos humanos? ¿Era esa la idea del sonetista cuando afirmó que sus venas serían ceniza, pero con sentido? ¿En una fosa común el alma quevedesca mantiene la observación del cuerpo, a quien prometió no descuidar?

No me importa dónde estén los huesos de Quevedo, sus medulas, sus átomos, que igual son los que estoy respirando ahora mismo ―o tú, curioso lector―. Hayan ido a parar al sitio que sea, leo a ciegas a uno de los mejores que hemos tenido: polvo serán, mas polvo enamorado. Respiro con fruición, casi con delectación. ¿No oléis? ¡Si huelo hasta yo, que tengo ese sentido atrofiado! Son los átomos de Quevedo, y ante ellos no hay becerros de oro suficientes, no hay locuras, no hay infiernos divinos donde dios y Lucifer no inventen al ángel y al demonio del cuerpo de la mujer. Aute lo cantó, porque Aute lo ha cantado todo ―todo lo que me importa, se entiende―. Pero, antes de que él lo hiciera, ya lo escribió Quevedo, en tabernitas madrileñas, en reyertas y habitaciones ajenas. Nosotros, lo mismo.

Polvo, mas polvo enamorado. Polvo, más polvo enamorado.

jueves, 12 de abril de 2007

Instrucciones para quemar talento (Material de oficina)

No me rindo, vivo en Breda.
En octosílabo sudo,
me hago el sueco, quedo mudo
y hago nudos con la seda

de la lengua. Tengo miedos
pero no les echo cuentas.
Tengo compadres, parientas
y, en el estanco, mi credo.

Sesteo como los muertos,
muero como echando siestas;
ni caperuzas ni cestas:
duermo con un ojo abierto,

del calendario me fumo
los días primos. Me arrimo
al zumo de los racimos
de la uva. Echo humo

con sumo gusto, me asusto
del corderito feroz,
del cerdito constructor
y del luchador de sumo.

Saco poemas al parque
para que hagan sus cosas
sobre un árbol: mejor Llosa
que un comercial, mejor Márquez

que el que vende enciclopedias
después de un curso de inglés:
mejor ingles y francés
que vivir haciendo medias.

Ni Bill Gates blandiendo Windows
ni Mesías Alfa-Omega;
Velázquez es mi colega:
vivo en Breda y no me rindo.

martes, 10 de abril de 2007

Tercera persona del plural (Inéditos)

Los demás, los demás, todos, los otros
practican el medievo por las calles.
Festejan deidades
de madera.
Dedican sus cantares
ahogados
a trozos de escayola,
a telas de colores,
a velas que chorrean.
Piensan que, de algún modo, sus vidas dependen de ello:
su suerte, sus trabajos,
sus matrimonios,
sus patrimonios,
sus cuerpos,
sanos o no.
Tienen miedo de la muerte.
Les han enseñado a vivir así.

Que practiquen el medievo,
que canten,
que sigan con su miedo.
Lo mismo me da
mientras no me molesten.

Estoy encerrado en casa.
Pero mi sensación
es la de que yo los tengo encerrados a ellos,
encerrados fuera,
lejos de mí,
mientras escribo,
bebo,
como,
veo cine,
fumo cigarros...

Ajeno a sus dolencias.
Con las mías propias.

Y que nada tienen que ver con las suyas.

lunes, 9 de abril de 2007

La hogarada

Cuatro días enteros, con sus noches y sus amanecidas, en casa. Mientras, ellos practicaban el medievo por las calles, oliendo a cera y entonando cánticos diversos a unas figuras en las que pervive el politeísmo ancestral que han heredado sin saberlo.

Cuando el mundo practica la Edad Media, yo opto por no salir de casa. ¿No piensas salir en todos estos días?, me preguntaron el jueves. Pues no. Y, como si de una hazaña insostenible se tratara, me llaman el domingo para corroborar el éxito de mi empresa. ¿No has salido entonces? Pues no. ¿Y qué has hecho cuatro días metido en casa?

Pobres. Y cuarenta vidas, que estaría. El DVD funcionando a toda máquina. Ducados para una tripulación entera. La nevera llena. Las botellas embarazadas de licores. Y la biblioteca en silencio, con el ordenata lleno de folios en blanco y los libros frotándose las manos en sus estanterías, donde viven gozosos.

¿Para qué salir? ¿Adónde ir? Veo los telediarios del domingo y anuncian que morirán más de cien tipos en la carretera. La DGT echa la culpa a los conductores. Los conductores, a las carreteras. Las carreteras se limitan a cubrir el territorio como una neurona de asfalto.

Continúa el telediario. Me sirvo más pacharán. Ahora aparecen atormentados seres que llenan maleteros y soportan largos atascos. Se quejan del tiempo, de la lluvia, de la temperatura, del poco partido que le han sacado a las playas y los hoteles de costa. Sirvo más pacharán y me tomo unos frutos secos envueltos en chocolate.

“Los jueves, milagro”, de Berlanga. “Balas sobre Broadway” y “Hannah y sus hermanas”, de Woody Allen, “Candilejas”, de Chaplin... Bukowski termina de recitar sus últimos poemas publicados mientras cae un gin tonic y yo escribo algunos artículos acerca de La Odisea de Homero. Adelanto unos cuantos poemas. Termino un par de cuentos. Cocino con deleite. Fumo.

¿Y qué has hecho cuatro días metido en casa?, insisten por teléfono. Tomo buena nota: la próxima vez, además de no salir de casa, desconectaré el móvil.

martes, 3 de abril de 2007

Picasso al volante

He visto en un telediario matinal un accidente de tráfico. Hablaban de la operación salida, de los muertos en la carretera, del carnet por puntos y los límites de la velocidad. Pero la imagen ha sido gloriosa. Una marca de coches pagó hace años cierta cantidad de dinero por hacerse con la firma de Picasso y ponérsela como sobrenombre a un coche; le llamaron “No sé qué carajo―Picasso”. Siempre intentan revestir sus porquerías con algo que semeje dignidad.
El “No sé qué carajo―Picasso” de la noticia estaba reventado. Se había estrellado y sólo había quedado intacta la firma de Picasso. El volante a un lado, la puerta doblada, el habitáculo retorcido sobre sí mismo... ¡un coche auténticamente picassiano, un coche cubista! El azar del choque, la poesía de la velocidad y la violencia, han modelado con chapas y hierros una escultura picassiana, digna por fin de ser conducida por una señorita de Avignon.
Lo dice Aute en su último disco: Velázquez es dios, Goya, su muerte, y Picasso acabó con la pintura. Cierto, no hay pintura posible después de Picasso, pero sí la aerodinámica.
¿Lo siguiente? El “No sé qué carajo―Dalí”, que se derretirá en mitad del asfalto, sumiendo a la eterna caravana de gente que huye de las ciudades en un atasco onírico, a lo Julio Cortázar en La autopista del sur.
Picasso al volante. La velocidad y la violencia como artistas. El seguro azar nos está lanzando señales: los excrementos de los caballos fertilizaban los caminos, los excrementos de los coches somos nosotros, que vamos dentro.