martes, 24 de abril de 2007

Bestiario

Esta mañana decidí salir pronto de casa, una hora y media antes de lo que indicaba el horario laboral, y aprovechar ese tiempo para tomarme un café en algún bar de Atocha, pasear tranquilamente por el Retiro y, quizá, subir Alcalá arriba demorándome en la visión de la actividad de los demás. Esa hora y media, sin embargo, ha quedado devorada por:

Veinticinco minutos esperando que llegara el autobús que me bajara a Atocha.

Diez minutos esperando a que el conductor del autobús dejara de discutir con un taxista en la calle Marcelo Usera.

Cuarenta minutos de atasco en Delicias.

Pero he salvado la cabeza del machaque que habría supuesto esta cadena de infortunios.

Primero, porque en esos veinticinco minutos de espera del autobús me he detenido en el examen de la gente llegando a la parada. En sólo veinticinco minutos se ha notado que la fauna cambiaba: de señoras agobiadas por el tiempo han pasado a aparecer jubilados tranquilos (que no obstante protestaban más) y estudiantes recién tuneados que acudían a sus clases con harapos limpios y de diseño. He atribuido la limpieza de su atuendo a sus señoras madres, claro, y el diseño al descerebrado de turno que pasara por la firma de ropa el día de presentar la nueva colección primavera-verano, o como presenten esas cosas.

Y segundo, lo del autobús, que ha sido magnífico. Ya sabéis que opino que para aprender a escribir hay que, fundamentalmente, ver peleas. Boxeadores, borrachos de barrio, niños, leonas asediando gacelas... lo que sea. Pues yo he visto, como os digo, al taxista y al conductor de autobús. Digno de Félix Rodríguez de la Fuente.

No sé exactamente cómo ha comenzado todo: iba abstraído en la lectura y hasta que los gritos dentro del autobús no se han hecho multitudinarios, no me he percatado de lo que ocurría. La primera imagen que he presenciado ha sido la del conductor con medio cuerpo fuera, sacándolo por la ventanilla de su portezuela, soltando puñetazos al taxista.

Desde abajo, el taxista ha demostrado más movilidad. El chófer, aun contando con la ventaja de la altura, se ha visto demasiado condicionado por el tamaño de su tripa, que lo ha encasquetado en el marco de la ventanilla. De modo que el taxista ha acertado a esquivar su guardia y ha soltado dos buenas hostias en la cara del conductor. De bella factura y con sonido... acuoso, diría. Plas, plas.

Quizá achuchado por los gritos de ánimo de los viajeros del autobús (el taxista no llevaba a nadie, no contaba con animadores), el conductor se ha bajado al asfalto. Un grito de júbilo ha recorrido el autobús. Y entonces se han visto de igual a igual, de frente. Amago de finta del taxista, que no obstante no consigue completar el movimiento y recibe sendos ganchos del conductor. Las bocinas del resto de coches se suman al coro de gritos, el tráfico está detenido en los dos sentidos, pero el conductor ya ha enchufado al otro dos buenos golpes y no va a dejarlo ahora.

Se han dicho insultos que no estaría bien reproducir aquí, fundamentalmente porque no sé ni cómo se escriben. Pero han sonado bien, los ganchos del chófer: clonck, clonck, o algo así. Había enjundia en el golpe. Había estilo, ya sabéis.

Tras unos minutos, reanudamos la marcha, con el honor de ambos contendientes a salvo y con el juicio de los viajeros: por puntos, ha resultado inapelable la victoria del chófer. Un KO habría sido más de mi gusto, aunque quizá eso hubiese retrasado aún más el viaje. La cuestión es que seguimos Marcelo Usera abajo y con el taxista justo delante, demorándose en cada esquina, picando aún a su adversario. Junto al conductor, en el autobús, viajaba un sordomudo, que ha empezado a hacer señas ofensivas al taxista. En concreto, le ha mostrado con gran vehemencia los dedos índices y corazón de su mano derecha. He pensado que quería hacerle unos cuernos, pero alguien me ha aclarado que le estaba haciendo la señal de la victoria al otro, como diciéndole: “Has perdido, calamidad, has mordido el polvo”. Me ha parecido bien la lectura de los signos del sordomudo, todo muy madrileño. Pero el taxista se ha perdido en Legazpi, puede que desmoralizado por las señales del sordomudo, que no dejaban lugar a dudas: el taxista era el perdedor de la mañana.

Delicias arriba, el combate ha sido contra el tráfico. Las caras de los habitantes de los distintos vehículos eran un poema de desesperación, más cabreados que el tono de un cantautor (de esos que reservan el humor para su charlita entre canción y canción, nunca para sus ¿versos?). Y ahí me he bajado, renunciando a mi café en Atocha y a mi paseo por el Retiro, pues el tiempo casi se me echaba encima.

Hasta llegar al metro de Delicias, con un cigarro y escuchando The sound of silence de Simon y Garfunkel, he sacado unos metros de ventaja al autobús, que seguía a paso de caracol. ¿Para qué se van al Serengueti, en Tanzania, a grabar documentales sobre animales?, he pensado: si supieran lo que tenemos aquí, sin salir de Usera y de la Arganzuela.

1 comentario:

Myesa dijo...

Cuanta sabiduría rezan tus palabras cielo; no sé porqué se pagan inmensas fortunas para piafarse en las sabanas africanas cuando tenemos el zoo tan cerquita.

Mis más eternamente agradecidos saludos por tus bellos textos.