martes, 17 de abril de 2007

Polvo, más polvo enamorado

Dicen que han verificado que el que está enterrado en la parroquia de San Andrés Apóstol, en Villanueva de los Infantes, provincia de Ciudad Real, es Quevedo. Parte de él, algunos de sus huesos. Diez, en concreto: dos fémures, una clavícula, un húmero y seis vértebras. Once investigadores de la Complutense han estado más de un año analizando los huesos de una cripta de esta parroquia; afirman que hay restos de ciento sesenta y siete seres distintos, algunos animales, y que uno de ellos es, en efecto, don Francisco de Quevedo y Villegas.

Yo no lanzaría las campanas al vuelo por varios motivos:

Primero, la prueba que esgrimen los complutenses es que en uno de los fémures estudiados se aprecia una deformidad, y que esta evidencia la famosa cojera de Quevedo. Pero se me ocurre pensar: ¿Quevedo fue el único cojo del siglo XVII?

Segundo, porque no concedo ningún valor a unos huesos, sean de quien sean. ¿Qué más da que sean de Quevedo o no? Mira que si son de Góngora...

Quevedo, además, ya avisó: sus huesos, sus médulas, serían polvo, mas polvo enamorado. ¿Es factible el amor en una cripta con ciento sesenta y siete seres, no todos humanos? ¿Era esa la idea del sonetista cuando afirmó que sus venas serían ceniza, pero con sentido? ¿En una fosa común el alma quevedesca mantiene la observación del cuerpo, a quien prometió no descuidar?

No me importa dónde estén los huesos de Quevedo, sus medulas, sus átomos, que igual son los que estoy respirando ahora mismo ―o tú, curioso lector―. Hayan ido a parar al sitio que sea, leo a ciegas a uno de los mejores que hemos tenido: polvo serán, mas polvo enamorado. Respiro con fruición, casi con delectación. ¿No oléis? ¡Si huelo hasta yo, que tengo ese sentido atrofiado! Son los átomos de Quevedo, y ante ellos no hay becerros de oro suficientes, no hay locuras, no hay infiernos divinos donde dios y Lucifer no inventen al ángel y al demonio del cuerpo de la mujer. Aute lo cantó, porque Aute lo ha cantado todo ―todo lo que me importa, se entiende―. Pero, antes de que él lo hiciera, ya lo escribió Quevedo, en tabernitas madrileñas, en reyertas y habitaciones ajenas. Nosotros, lo mismo.

Polvo, mas polvo enamorado. Polvo, más polvo enamorado.

2 comentarios:

Isabel Martínez dijo...

Hola de nuevo. Con tu permiso me llevo tu artículo del polvo enamorado a mi clase de Literatura del Siglo de Oro de esta tarde, uniéndome contigo al homenaje del no culto al hueso anónimamente atribuído. Abajo los iconos. Salud.

angelcaido dijo...

Con mi permiso, que no lo necesitas, por supuesto. Es un honor ser mota de polvo en tu clase. Bendito Siglo de Oro, afortunados tus alumnos. Un abrazo.