jueves, 28 de junio de 2007

Unos versos del camino

Yo, que ando
de estación en estación
buscando el tiempo perdido,
acompañando a tu olvido
y cambiando de vagón.

Con un billete de ida
sin vuelta por pantalón;
por maleta, Maldoror,
y por destino, la huida.

Yo, que espero
fumando en las estaciones
a que salgan otros trenes.
Yo, que bebo en los andenes,
que me duermo en los rincones,

que hago transbordo en el bar,
que me ducho en el camino,
que camino en el olvido,
que me olvido de olvidar.

Yo, que he aceptado el destierro
de no aceptarte tal cual,
de no aceptarme jamás
y de no quererte en serio.

Yo, que ando
en locomotoras negras
que fuman lo que yo fumo
sobre raíles de humo
y estaciones de ginebra.

Yo, que nací
en el tren de la impaciencia,
ya no recuerdo tu ausencia
ni concibo la abstinencia
de ti.

miércoles, 27 de junio de 2007

Nada

¿Cómo crees que debería acabar este relato? Yo aún no lo sé. Se admiten propuestas.
.
No vio nada cuando abrió la puerta de su piso y se asomó al pasillo. No quiero decir que no viera la jardinera ni el felpudo que habitualmente había al salir del Cuarto C. Quiero decir que no vio nada. Ni ascensor, ni baldosas, ni techos, ni paredes. Porque no había nada. Y eso es lo que vio: una nada blanquecina que se extendía más allá de los límites de la puerta de su casa. Aturdido, extendió la mano como el que la extiende para notar las gotas de lluvia y cerciorarse de que está lloviendo. La nada era fría. Mala. Eso es algo que él sintió al primer contacto, de modo que dio un portazo y se quedó paralizado, quizá pensando que lo que acababa de ver no era verdad.

Después de respirar hondo durante unos instantes, se apostó en la puerta y aplicó el ojo a la mirilla, con la esperanza de verlo todo como habitualmente lo veía, cuando espiaba para ver pasar a la vecina de al lado. Pero la lente no le ofreció ese mundo oblicuo al que estaba acostumbrado. Lo que vio fue lo mismo que antes. La nada.

Así es como deben ver los ciegos, pensó. Y se retiró un par de pasos de la puerta, con las manos poseídas por un temblor e interpuestas entre la entrada y él. Y entonces, más asustado aún, comprobó que la neblina se estaba introduciendo a través de la rendija que quedaba entre la puerta y el suelo. Como un vapor, lenta pero eficaz, se introducía en su propia casa la Nada. Sí, será mejor empezar a nombrarla con mayúsculas, porque mayúsculo era el temblor que se instaló en el cuerpo al ver que en su propio hogar se colaba impunemente lo que al parecer ya se había hecho dueño del bloque. En un primer arrebato, arrojó el maletín del trabajo contra el suelo. ¿Sería esto capaz de detenerla? No, era evidente, y al ver que no, que en efecto la Nada se introducía de forma cada vez más copiosa, se dio la vuelta, tomó un abrigo del perchero y lo colocó a modo de precinto en la base de la puerta. Sus jadeos se confundieron con un silbido, el de la Nada, que se coló entre los pliegues del abrigo y siguió conquistando su piso.

Perdió toda esperanza de detenerla. La Nada conquistándolo todo.
.
¿CONTINUARÁ?

viernes, 22 de junio de 2007

Llamémosle amor (de Material de oficina)

Duermes,
y dormida te muestras tan absolutamente lejana
que asisto a tu dormir y me planteo:
cuando despiertes, supongo que lo harás
plácida y sin motivo,
¿creerás despertar o acaso tendrás consciencia
de que provienes de no sé qué país etéreo
para llegar a este sueño,
este dormir,
este duermevela
que es lo nuestro,

llamémosle amor?

XXI de El canto del chamarín enverdinado

Mis banderas ondean sobre vuestros trapos.
El viento libre,
camino a cualquier lugar,
buscando cualquier ribera,
sopla, y con él las nubes.
Son banderas
pasando sobre vuestras banderas.

Poema XIII de Resistencia en la Puente

Cuando habléis con un parado
no digáis necedades,
como el resto de la gente.
Jamás deis una falsa esperanza:
si le decís: “el martes a las ocho puede haber un trabajo para ti”,
procurad que sea verdad.
No disertéis acerca de la justicia social,
de la filosofía,
del mercado,
de la inmigración,
de las leyes.
No le preguntéis qué harás mañana,
qué hiciste este fin de semana,
dónde veranearás,
qué piensas.
Pensándolo bien,
lo mejor es que dejéis al parado en paz,
a él no le interesa nada
de lo que os interesa
a vosotros.
Le importa una mierda todo.
Sobrevivir,
sólo eso,
y encontrar una mentira más
que lo sostenga
para no saltar
desde un quinto piso
al vacío.

martes, 19 de junio de 2007

El club de los poetas muertos (De Cine, cine, cine)

Jurel,
juré jugar con las palabras
para sacarles su jugo
a modo de juego
y entregártelas
para tu regocijo.
Fíjate, laureado jurel,
tú y tus nomenclaturas distintas
en distintos lugares,
a lo que me arriesgo
por tu carcajada
de pez,
por tu gesto
de jurel enjabonado
con sal.
Mis jotas son
para tus jubones
de escamas.
Mis odas juguetonas,
para tus zambullidos
rajados de escarcha.
Me arriesgo,
jurel gitano,
jurel jurado,
a ser jirafa
expuesta
en la jaula de la ciudad.
Y me arriesgo
jovial
a entrar en el club
de los poetas muertos
y jacarandosos.
Jurel,
no juegues más
con mis ojos de jurel
y déjame, pez,
escribir en paz
a los ojos de esa mujer
que me tiene entre sus rejas.
Déjame escribir, jurel,
llévate esta oda
a tus hondas
jurisdicciones del mar
mientras yo hago jirones
con mis renglones
entre la jauría de uñas
de esa mujer.

jueves, 14 de junio de 2007

Espalda de doble filo

Denuncié por malos tratos
al destino
por prometer lo terreno
y lo divino
y, en vez de un pasaje al cielo,
haberte traído a ti.

Pensé que era tu brisa
un abrigo para mí.
Qué desatino,
querer beber de tu risa
y descubrir
que en tu ventisca de vino
está mal visto reír.

En tu Edén
nunca me salen las cuentas,
las manzanas no alimentan,
y no hay forma de salir.
En tu piel
los meses tienen dos cuestas,
no vienen días de fiesta,
no aparece impreso abril.

Labios de cicuta griega,
tus muslos me dan portazo,
tus abrazos son zarpazos
soltando palos de ciega.
Cara o cruz, tus manos juegan
con mi espíritu en vilo.
Tu espalda de doble filo
cada amanecer me niega
tres veces; y sólo a veces
te dignas, Venus de Milo,
a concederme una tregua.

Me planto bajo tus rejas
y, en vez de trenzas,
me lanzas rocío crudo.
Acudo hasta tu mesa,
y el primer plato es mi lengua
de juglar mudo.

En tu hotel
sólo hay pasillos desiertos,
los balcones están muertos,
los botones van de luto.
En tu piel
hay leyes de extranjería;
tu amor es un policía
patrullando entre difuntos.

Labios de cicuta griega,
tus muslos me dan portazo,
tus abrazos son zarpazos
soltando palos de ciega.
Cara o cruz, tus manos juegan
con mi espíritu en vilo.
Tu espalda de doble filo
cada amanecer me niega
tres veces; y sólo a veces
te dignas, Venus de Milo,
a concerderme una tregua.

Para huir de ti hace falta
no conocerte ni en cartas
y botas de siete leguas.

Orfebrería

Flor sin prisa por crecer,
risueña brisa, mujer
dormitando en la repisa,
pastel, hoja de té, torre de Pisa
que se mira en un espejo cordobés.

Collar de tiza, mezquita
orientada a la niñez,
bruja, clavel, sacerdotisa
oficiando en la misa,
bendiciendo sobre una cruz de miel.

Judía y mora a la vez, fiel otomana,
gentil cristiana que predica entre cafés.
Ninfa pagana de la inocencia,
herencia que nos vino del Magreb.

Poema que rima al revés,
dilema que no quiero resolver,
gata esquiva que desfila en las cornisas,
enigma, luz de motel, vampira
que afila dos colmillos de papel.

Corsaria en bata, pirata
que aborda el amanecer,
escama de pez, poetisa,
usurpándome la lira
vas firmando con mi tinta en la pared.

Naufragio para Simbad, marea sin olas,
sirena mora que está aprendiendo a cantar.
Has conseguido robar, ay, en qué hora,
venus ladrona, el amor de Alí Babá.

Enseña tus alas, Campanilla.
Muestra las mil y un maravillas
que el desierto te ha calzado en los pies.
Mi luz de Aladino brilla
si la maquillas
con el humo incierto de tu piel

que el desierto te ha calzado en los pies
con el humo incierto de tu piel...

miércoles, 13 de junio de 2007

Añoranza XX

Los bares inundados de humo y olor
conmigo dentro.
Marineros que se aferran a la barra
entre los himnos triunfales de las máquinas,
pases de modelos de barrio en el exterior,
proyectos de fuga con las camareras,
dianas sin centro, billares en el medio
(entre la silla en la que me siento
y la mesa en la que no estás),
música de fondo,
vasos como dedos de la noche,
pizarras con los precios blancos,
mares de horas perdidas,
paredes que se descuelgan gritando tu nombre,
el mismo que yo pronuncio
como alma de bar,
como calderilla cayendo en catarata,
como pierdo al billar.

miércoles, 6 de junio de 2007

Restricciones de agua durante la Eurocopa de Portugal

Andrés se cayó en el pozo del jardín. Se cayó en la alberca. Serían alrededor de las nueve y media cuando decidió levantarse para poner en marcha el funcionamiento de los periquitos que regaban el césped. El partido de España contra Portugal, de la Eurocopa, se hallaba en el descanso. España 0 – Portugal 0. Un resultado que clasificaba a España para los cuartos de final. Pero Andrés no lo veía claro. La selección había sido dominada por los lusos, que durante la primera media hora controlaron el campo como quisieron, tocaron por las bandas, presionaron hasta hacer imposible la salida de los españoles y, de haber tenido un delantero centro de los clásicos, habrían enchufado dos o tres goles a los pupilos de Iñaki Sáez. El final del primer tiempo les vino bien a todos. Los portugueses habían cejado algo en su empeño de controlar el balón, quizá por el cansancio; España aclararía sus ideas; Andrés pondría en marcha los periquitos y abriría una cerveza para calmar los nervios.
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Pero Andrés no tuvo en cuenta que hacía pocos días que roció con cloro los bordes de la alberca, a indicación de un amigo, que le prometió que eso dejaría las baldosas blancas, impolutas. Llevaba razón el consejero, pero otros efectos aparte del blanqueo de la piedra tendrían lugar. A saber, el más importante: lo escurridizo que quedaría el suelo. Andrés, descalzo y despreocupado, con la mente inundada de imágenes de Figo y de Cristiano Ronaldo perforando las bandas de España, dio un traspié junto a la alberca, cayó en el agujero y se sumergió en los cuatro metros cúbicos de capacidad que contenía el pozo. El agua estaba fría, allí se mantenía ajena a la ola de calor y a la sequía. Restricciones en el suministro: el depósito lleno sólo hasta la mitad. Andalucía, Córdoba, un pueblo de la campiña... Quizá fueron demasiados factores. ¿Habría ocurrido lo mismo de haber estado en Asturias? ¿Habríamos tenido ocasión de escribir este relato sin la preocupación de Andrés por el partido de España? Estas dudas no deben atormentarnos, es fácil hacer conjeturas... Las cosas ocurren como ocurren y no hay quien las enmiende. No había manera de salir de la alberca a no ser que ésta se llenara cuando el Ayuntamiento levantara la restricción.
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Andrés escuchaba el televisor. Hagámonos cuenta de la situación espacial. El sótano de la casa con el sofá frente al aparato de televisión, todo el volumen, las puertas abiertas y, a unos cinco metros, la alberca, debajo de las escaleras que subían a la planta de arriba, a la parte delantera de la casa. Andrés intentó varias cosas, pero la más eficaz resultó la de impulsarse desde el fondo del depósito saltar e intentar asirse a la apertura por la que había caído. Era inútil, demasiado alto. Intentó relajarse, flotar, esperar...
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Entonces llegaron dos sonidos esperanzadores. El primero, un pitido, el del árbitro, que indicaba el comienzo de la segunda parte del partido. El segundo, un rechinar de cañerías: acababa la restricción, el agua regresaba a la alberca. Andrés realizó algunos cálculos: metros cúbicos, decímetros cúbicos, cuántos litros salían por la cañería... Calculó que en unos quince o veinte minutos el líquido se habría elevado lo suficiente como para permitirle asirse al borde de la trampilla. Mientras tanto, al menos, podría escuchar el partido.
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Parecía, a tenor de lo oído, que España no lo pasaba tan mal como en la primera parte. Grecia perdía contra Rusia por dos goles a uno. Pero Andrés había vivido muchos campeonatos de España. Sabía que, si existía alguna probabilidad de caer eliminada, la selección española la mantendría viva hasta el último minuto. Andrés confiaba en Casillas, muy poco en el estado físico de Raúl y nada en la capacidad de organización del técnico español. ¿Por qué no sacaba a Valerón? ¿Dónde estaban los medios que trataban bien el balón? ¿No podía salir Xavi? ¿Qué estaba haciendo Xavi Alonso? Qué desesperación, casi media hora aún...
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Pero los minutos pasaron, el agua entró inexorable en la alberca, el tiempo jugaba a favor de España. Andrés, fatigado por la permanencia en el depósito, asido en la medida de lo posible en el agujero por el que se nutría el pilón, calculó que podría acceder a la compuerta.
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Lo intentó dos veces. La primera vez no llegó a agarrarse del todo. Se escurrió, maldito cloro, qué efectividad la suya con las baldosas... La segunda vez sí se encaramó. Respiró para afianzar su victoria. Se impulsó de nuevo y sacó el tórax. Un poco más, sólo le faltaba reptar, reequilibrarse y alzar una de las piernas para salir del todo. Y Andrés sonrió entre sudores: desde allí veía la televisión, al fondo del sótano.
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Suspiró, se fijó en la imagen, el corazón se le aceleró aún más que en el momento en el que había caído en la alberca...
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-Atención a ese balón que ronda el área española... El delantero portugués se para, se da la vuelta, sortea a los defensores españoles...
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¡Maldita sea, que no tirara ese tío! ¡Nuno Gómez tenía un buen tiro de media distancia!
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-¡Cruza el balón y... ggggooooooooool de Portugal, gol de Nuno Gómez!
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Andrés había logrado alzarse, sin ser consciente de sus actos, siguiendo cada milímetro que recorría el Roteiro, el balón de la Eurocopa, camino a la puerta de Casillas. Lo último que gritó fue un rotundo ¡NO! Andrés saltó de rabia, sin dejar de mirar a la pantalla del televisor, quizá con la esperanza última de que el ábitro hubiera pitado algo... Pero no había nada que pitar. Había sido gol. Andrés saltó, insistimos, gritando horrorizado, reconociendo la sensación de otros campeonatos. Corea en el 2002, Francia en el 2000, Nigeria en el 98, Inglaterra en el 96... Fue mala suerte, el defensa quizá hubiera podido taponar el tiro, el centrocampista, ¿Xavi Alonso?, pudo haber impedido que Nuno Gómez se diera la vuelta, Andrés podría no haber echado cloro... Pero las cosas son como son y nadie las enmienda. España perdió el partido, quedó eliminada, Andrés volvió a caer, ahora sin fuerzas, golpeándose en la cabeza contra la trampilla del depósito, quedando sin conocimiento, derrumbándose otra vez en el interior de una pila de cuatro metros cúbicos de agua, que ahora llegaban a la boya que indicaba el máximo de su capacidad. Ningún aficionado español vería a España en cuartos. Andrés no vería ningún partido más. Y allí quedó al fondo de la alberca, sin haberse dado cuenta de su tragicómico final, desilusionado, en todo caso, como el resto de la afición española.

viernes, 1 de junio de 2007

Poema VI de Resistencia en la Puente

Conocedor de mis plazos,
me incorporo lento al día; con la cautela
propia del animal asustado,
que sabe que fuera
de la cueva espera
un mundo hostil.
Cada salida a la calle
es una incursión
en terreno peligroso:
toda esa gente odiando a la vez.

Espejo

Yo sólo tengo que ser ese vivo que, sabiendo cosas corrientes y normales, supere incluso horribles años y tediosas temporadas, soportando mejor lo conocido ya, que puede regresar súbitamente. Y entonces tendré oportunidades que sabré serán fugaces estrellas, porque el pasado será como será, así, imagen reflejada como el amor. Él, ese espejo, él, sé que lo amo,

ese ESPEJO, ése.

Amo lo que sé, el espejo ese. El amor, él, como reflejada imagen. Así será, como será pasado el porqué. Estrellas fugaces serán. Sabré qué oportunidades tendré entonces y súbitamente regresar. Puede que, ya conocido lo mejor, soportando temporadas tediosas y años horribles, incluso supere normales y corrientes cosas, sabiendo que vivo ese ser que tengo sólo yo.