jueves, 14 de junio de 2007

Espalda de doble filo

Denuncié por malos tratos
al destino
por prometer lo terreno
y lo divino
y, en vez de un pasaje al cielo,
haberte traído a ti.

Pensé que era tu brisa
un abrigo para mí.
Qué desatino,
querer beber de tu risa
y descubrir
que en tu ventisca de vino
está mal visto reír.

En tu Edén
nunca me salen las cuentas,
las manzanas no alimentan,
y no hay forma de salir.
En tu piel
los meses tienen dos cuestas,
no vienen días de fiesta,
no aparece impreso abril.

Labios de cicuta griega,
tus muslos me dan portazo,
tus abrazos son zarpazos
soltando palos de ciega.
Cara o cruz, tus manos juegan
con mi espíritu en vilo.
Tu espalda de doble filo
cada amanecer me niega
tres veces; y sólo a veces
te dignas, Venus de Milo,
a concederme una tregua.

Me planto bajo tus rejas
y, en vez de trenzas,
me lanzas rocío crudo.
Acudo hasta tu mesa,
y el primer plato es mi lengua
de juglar mudo.

En tu hotel
sólo hay pasillos desiertos,
los balcones están muertos,
los botones van de luto.
En tu piel
hay leyes de extranjería;
tu amor es un policía
patrullando entre difuntos.

Labios de cicuta griega,
tus muslos me dan portazo,
tus abrazos son zarpazos
soltando palos de ciega.
Cara o cruz, tus manos juegan
con mi espíritu en vilo.
Tu espalda de doble filo
cada amanecer me niega
tres veces; y sólo a veces
te dignas, Venus de Milo,
a concerderme una tregua.

Para huir de ti hace falta
no conocerte ni en cartas
y botas de siete leguas.

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