miércoles, 6 de junio de 2007

Restricciones de agua durante la Eurocopa de Portugal

Andrés se cayó en el pozo del jardín. Se cayó en la alberca. Serían alrededor de las nueve y media cuando decidió levantarse para poner en marcha el funcionamiento de los periquitos que regaban el césped. El partido de España contra Portugal, de la Eurocopa, se hallaba en el descanso. España 0 – Portugal 0. Un resultado que clasificaba a España para los cuartos de final. Pero Andrés no lo veía claro. La selección había sido dominada por los lusos, que durante la primera media hora controlaron el campo como quisieron, tocaron por las bandas, presionaron hasta hacer imposible la salida de los españoles y, de haber tenido un delantero centro de los clásicos, habrían enchufado dos o tres goles a los pupilos de Iñaki Sáez. El final del primer tiempo les vino bien a todos. Los portugueses habían cejado algo en su empeño de controlar el balón, quizá por el cansancio; España aclararía sus ideas; Andrés pondría en marcha los periquitos y abriría una cerveza para calmar los nervios.
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Pero Andrés no tuvo en cuenta que hacía pocos días que roció con cloro los bordes de la alberca, a indicación de un amigo, que le prometió que eso dejaría las baldosas blancas, impolutas. Llevaba razón el consejero, pero otros efectos aparte del blanqueo de la piedra tendrían lugar. A saber, el más importante: lo escurridizo que quedaría el suelo. Andrés, descalzo y despreocupado, con la mente inundada de imágenes de Figo y de Cristiano Ronaldo perforando las bandas de España, dio un traspié junto a la alberca, cayó en el agujero y se sumergió en los cuatro metros cúbicos de capacidad que contenía el pozo. El agua estaba fría, allí se mantenía ajena a la ola de calor y a la sequía. Restricciones en el suministro: el depósito lleno sólo hasta la mitad. Andalucía, Córdoba, un pueblo de la campiña... Quizá fueron demasiados factores. ¿Habría ocurrido lo mismo de haber estado en Asturias? ¿Habríamos tenido ocasión de escribir este relato sin la preocupación de Andrés por el partido de España? Estas dudas no deben atormentarnos, es fácil hacer conjeturas... Las cosas ocurren como ocurren y no hay quien las enmiende. No había manera de salir de la alberca a no ser que ésta se llenara cuando el Ayuntamiento levantara la restricción.
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Andrés escuchaba el televisor. Hagámonos cuenta de la situación espacial. El sótano de la casa con el sofá frente al aparato de televisión, todo el volumen, las puertas abiertas y, a unos cinco metros, la alberca, debajo de las escaleras que subían a la planta de arriba, a la parte delantera de la casa. Andrés intentó varias cosas, pero la más eficaz resultó la de impulsarse desde el fondo del depósito saltar e intentar asirse a la apertura por la que había caído. Era inútil, demasiado alto. Intentó relajarse, flotar, esperar...
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Entonces llegaron dos sonidos esperanzadores. El primero, un pitido, el del árbitro, que indicaba el comienzo de la segunda parte del partido. El segundo, un rechinar de cañerías: acababa la restricción, el agua regresaba a la alberca. Andrés realizó algunos cálculos: metros cúbicos, decímetros cúbicos, cuántos litros salían por la cañería... Calculó que en unos quince o veinte minutos el líquido se habría elevado lo suficiente como para permitirle asirse al borde de la trampilla. Mientras tanto, al menos, podría escuchar el partido.
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Parecía, a tenor de lo oído, que España no lo pasaba tan mal como en la primera parte. Grecia perdía contra Rusia por dos goles a uno. Pero Andrés había vivido muchos campeonatos de España. Sabía que, si existía alguna probabilidad de caer eliminada, la selección española la mantendría viva hasta el último minuto. Andrés confiaba en Casillas, muy poco en el estado físico de Raúl y nada en la capacidad de organización del técnico español. ¿Por qué no sacaba a Valerón? ¿Dónde estaban los medios que trataban bien el balón? ¿No podía salir Xavi? ¿Qué estaba haciendo Xavi Alonso? Qué desesperación, casi media hora aún...
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Pero los minutos pasaron, el agua entró inexorable en la alberca, el tiempo jugaba a favor de España. Andrés, fatigado por la permanencia en el depósito, asido en la medida de lo posible en el agujero por el que se nutría el pilón, calculó que podría acceder a la compuerta.
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Lo intentó dos veces. La primera vez no llegó a agarrarse del todo. Se escurrió, maldito cloro, qué efectividad la suya con las baldosas... La segunda vez sí se encaramó. Respiró para afianzar su victoria. Se impulsó de nuevo y sacó el tórax. Un poco más, sólo le faltaba reptar, reequilibrarse y alzar una de las piernas para salir del todo. Y Andrés sonrió entre sudores: desde allí veía la televisión, al fondo del sótano.
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Suspiró, se fijó en la imagen, el corazón se le aceleró aún más que en el momento en el que había caído en la alberca...
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-Atención a ese balón que ronda el área española... El delantero portugués se para, se da la vuelta, sortea a los defensores españoles...
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¡Maldita sea, que no tirara ese tío! ¡Nuno Gómez tenía un buen tiro de media distancia!
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-¡Cruza el balón y... ggggooooooooool de Portugal, gol de Nuno Gómez!
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Andrés había logrado alzarse, sin ser consciente de sus actos, siguiendo cada milímetro que recorría el Roteiro, el balón de la Eurocopa, camino a la puerta de Casillas. Lo último que gritó fue un rotundo ¡NO! Andrés saltó de rabia, sin dejar de mirar a la pantalla del televisor, quizá con la esperanza última de que el ábitro hubiera pitado algo... Pero no había nada que pitar. Había sido gol. Andrés saltó, insistimos, gritando horrorizado, reconociendo la sensación de otros campeonatos. Corea en el 2002, Francia en el 2000, Nigeria en el 98, Inglaterra en el 96... Fue mala suerte, el defensa quizá hubiera podido taponar el tiro, el centrocampista, ¿Xavi Alonso?, pudo haber impedido que Nuno Gómez se diera la vuelta, Andrés podría no haber echado cloro... Pero las cosas son como son y nadie las enmienda. España perdió el partido, quedó eliminada, Andrés volvió a caer, ahora sin fuerzas, golpeándose en la cabeza contra la trampilla del depósito, quedando sin conocimiento, derrumbándose otra vez en el interior de una pila de cuatro metros cúbicos de agua, que ahora llegaban a la boya que indicaba el máximo de su capacidad. Ningún aficionado español vería a España en cuartos. Andrés no vería ningún partido más. Y allí quedó al fondo de la alberca, sin haberse dado cuenta de su tragicómico final, desilusionado, en todo caso, como el resto de la afición española.

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