miércoles, 11 de julio de 2007

Los peligrosos, los de fuera

Últimamente he visitado en dos ocasiones el cementerio de Puente Genil. Cuando uno comienza a ir a los cementerios sin ningún rubor especial, entonces es que la vida ya se ha convertido en el infierno que cabía esperar. Es lo adulto. Qué miedo o reparo pueden dar unas tumbas, unos muertos. Los vivos son los peligrosos.
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El lugar tiene su estética, sí. Nichos en la pared, fundamentalmente, exceptuando apenas tres panteones de ricos muy pobres (o pobres que aparentaban ser ricos). Y calles con nombres religiosos. Calle de San Juan, calle de San Pedro...
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Antes, el cementerio de Puente Genil se dividía en dos patios. El más antiguo de ellos tenía las tumbas en el suelo, con el muerto bajo tierra, como mandan los refranes. Pero se ve que el espacio se quedó pequeño y, ante la demanda de nuevos ocupantes, el patio antiguo ha sido remodelado de tal modo que todo el cementerio es ya una urbanización de nichos, tumbas y muertos ordenados por plantas y calles. Resulta muy civilizado y racional.
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También a las galas de la muerte llegan los vaivenes de las modas. Las más de las lápidas antiguas (desde principios de siglo hasta los sesenta) están hechas con una mano de pintura, unos angelotes pintados y poco más. Son las capillas sixtinas de la podredumbre corporal, porque algunos colores, algunos azules concretamente, chirrían en la pared. La muerte se encala, la muerte se viste de azul y se pone al sol, como los lagartos, a calentarse durante la siesta de los años. No hay lápidas de rojos republicanos. Me cuentan que aquellos epitafios rojazos han sido eliminados y no precisamente por el solecillo este del que hablamos. Eliminar el epitafio de un tío es algo que habría que estudiar.
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Luego vienen las lápidas democráticas, las que van desde mediados del setenta hasta mediados de los noventa. Mármol blanco, altorrelieves, pulcros cristos. Gusta fumar ante éstas. El blanco del humo y el blanco de la lápida. Parece que el muerto y yo fumamos a la vez, compartiendo un pitillo postrero. Es bonito.
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Y la última moda. El mármol negro. Resulta más elegante, más siglo XXI. Parece que hubo más pecado y más vida en esas muertes. Son fallecimientos de smoking, negro profundo como profundos y negros deben de ser los ojos de la dama de la guadaña.
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Hay caracoles en los cementerios. Y hay cipreses, porque las raíces de estos árboles ahuyentan a las ratas y esto resulta práctico allí donde reposan los restos de seres difuntos.
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Deambulo por el cementerio de Puente Genil y tengo la sensación que supongo que embarga a los novios que acuden a la obra donde están construyendo su futuro piso. Ahí irá la cocina, ahí el baño, ahí la sala de estar... Yo miro la parte en construcción del Huerto del Señor (este sinónimo es delirante) e imagino qué lugar me tocará. Es mejor mirar nichos que mirar los precios de la vivienda. Los peligrosos son los vivos, los que aún se mueven.