miércoles, 24 de enero de 2007

¡Alarma, alarma social!

La alarma social. Cuando me llega esa expresión, la mente se me puebla con escenas de coches ardiendo, calles de asfalto que se quiebran como corteza de pan duro, meteoritos cayendo sobre edificios que se desmoronan, olor dulzón a carne humana calcinada, sirenas garabateando estruendos en el aire y una turba de gente, no sé por qué a ellos me los imagino con chaqueta y a ellas con un bolso de mano, que huye despavorida no se sabe bien a dónde.
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Supongo que este apocalíptico concepto de alarma social se ha ido destilando en los pliegos de mi cerebro a lo largo de películas sobre catástrofes, libros findelmundistas y, quizá, algún telediario que no me dio tiempo a quitar mientras almorzaba. El hecho es que ahí está.
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Pero hoy querría luchar contra ese concepto, contra esa sensación alarmante que me provoca la palabra y el concepto de alarma. ¿Alarmarse es malo? ¿Malo para quién? Las autoridades ponen mucho interés en que no nos alarmemos. En las últimas semanas se han propagado dos alarmas, a saber: una, causada por el continuo e intolerable mal funcionamiento del Metro de Madrid; otra, la pelea multitudinaria ocurrida en Alcorcón, poblachón de nombre árabe, en origen de alfareros, del sur de Madrid. Conozco bien ambos casos: el Metro y Alcorcón, no así la alfarería.
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“No os alarméis, no hay motivo de alarma, que no cunda el pánico...”, repiten las autoridades. ¿Por qué no? Porque ellos se ven, entonces, en caso de alarma, obligados a remediar un asunto. El Metro de Madrid lleva meses, años, diría ya, funcionando por debajo de lo que la decencia considera admisible (eso sí, el precio de los abonos sube anualmente por encima del 8% ―en enero de 2006 un 14%, creo recordar―). Pero sólo cuando hace unas semanas unos viajeros al borde del ataque de histeria, e incluso un par de pasos más allá de ella, decidieron montar la de dios es cristo en mitad de un parón, en medio de un túnel, frente a los macarrillas uniformados de los seguratas, sólo entonces, insisto, la triste realidad del funcionamiento del Metro saltó a los medios de comunicación social y, sólo entonces, se produjo la alarma. Estamos a pocos meses de unas elecciones municipales, y las autorizadas autoridades se han dado prisa entonces a parchear la situación, a ofrecer soluciones de choque. Nada se ha arreglado, como es obvio, lo cual lleva a plantearse: ¿no hacen nada porque no quieren o es que, además, ni saben ni pueden hacer nada? Suponemos que todo a la vez.
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En lo de Alcorcón ha ocurrido tres cuartos de lo mismo: “No hay pandillas latinas en Alcorcón”, sostiene la delegada del Gobierno en Madrid, mientras los vecinos del lugar te cuentan que eso no es cierto, que llevan meses así, que ésta no es la primera vez que ocurre un enfrentamiento, un navajazo, una muerte. Ésta, simplemente, es la primera vez que la situación provoca una alarma.
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De modo que, blogueros intrépidos, las delegadas de Gobierno, las autoridades (sanitarias o no), los imperturbables capitostes que nos van diciendo cómo tenemos que vivir pueden desgañitarse pidiendo que no nos alarmemos, pero os puedo garantizar que me pienso alarmar a las primeras de cambio, por lo que sea, y no sólo eso: me comprometo a dejarme la piel, el alma, las yemas de los dedos en el intento de propagarla. En este blog, por ejemplo.
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PD: “La alarma social es un mecanismo de defensa del ciudadano”, José Saramago dixit.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cómo que no hay bandas latinas en Alcorcón?¿Pero qué cojones es un barrio sin una banda latina? Si en breve se nos meten hasta en el zulo que tenemos en el Comecaminos (eso que nos empeñamos en tratar como cocina)Yo también estoy a favor de la alarma social, primero porque todo lo que tenga luces y ruido está más cerca de ser una discoteca, y segundo si corren (como en esas pelis que tu ves) al menos lo harán por algo (y no como en el San Isidro y en todas esas ridículas maratones) Besos, y recuerda. Es importante recordar ciertas cosas en esta vida: primero: tu dirección, segundo: tu número de cuenta bancaria, y tercero: tu contraseña! Buena tarde caballero...
Ana

devilwritter dijo...

En realidad, ni las bandas latinas en Alcorcón -que, como las meigas en Galicia, haberlas hailas- ni el metro de Madrid -que parece mentira que aún siga habiéndolo- provocan alarma social.
Ni siquiera el apocalíptico movimiento de las tierras y los mares que tu imaginación y el celuloide cinematográfico han inspiran tus visiones de la alarma social son relamente preocupantes.
Lo que si genera alarma social es que nos digan que no nos alarmemos.
Parafraseando a mi abuela -mujer pronta a la ira y al refrán-, dime de que presumes...

Lo que me hace que me alarme social, personal y hasta filosóficamente, es que los gerifaltes y políticos de terno perfecto no generen alarma social.
Si no nos alarmamos de eso cada día y cada vez que hacen el remedo de hablar, es que no nos alarmaremos de nada.